A pesar de ser una festividad religiosa la del Gran Poder, es incomprensible y hasta abominable que haya personas, de ambos sexos, que se excedan en el consumo de bebidas alcohólicas. Efectivamente, todo acontecimiento de esta naturaleza se presta a tomar uno o dos vasos de alguna bebida, a modo celebrar, de disfrutar íntima y socialmente el estado de ánimo que produce una celebración.
Empero, de ahí a seguir bebiendo hasta el extremo de perder la conciencia y en muchos casos correr el riesgo de tener accidente o problemas de salud, resulta francamente un gran despropósito. Un exceso al que no debe llegarse. La prueba lamentable de estos desvaríos personales y sociales ha dado lugar a que el sábado por lo menos 40 personas tengan que ser auxiliadas en el Hospital de Clínicas.
Es muy probable que estos casos se hayan traducido en una mayor cantidad y que, para recibir atenciones de emergencia, se tuvo que recurrir a centros de salud más próximos a las vías por donde se desarrolló la Entrada de la festividad.
De una parte, se agravia a una festividad religiosa con el consumo exagerado de bebidas alcohólicas. Por su naturaleza, lo pertinente es más bien la oportunidad de guardar recogimiento y espiritualmente entregarse a celebrar el acontecimiento con los mejores atributos de dignidad y compostura que tienen los seres humanos.
La religión, por su esencia, es la mayor opción social que se tiene en el mundo entero para deponer todos los malos hábitos y, más bien, exponer con entereza su devoción y entrega anímica a sus preceptos. Los cuales, en todo caso, sea el culto que se profese, son de guardar veneración a todas sus festividades, que en el fondo exige asistir a sus actos celebratorios con recogimiento espiritual.
En lo que atañe a la Entrada del Señor del Gran Poder, aparte de su estricto contenido religioso, sus cofradías pusieron todo el empeño para lucir elegancia y donaire en su presentación individual y colectiva. De ello se desprende que hubo ansiedad por rendir pleitesía a la sacra imagen todo lo mejor que le podían ofrecer externamente, como manifestación de su devoción a la imagen sagrada a la que se rinde tributo público cada año.
En esta ocasión, además, se buscó tener un reconocimiento internacional por el fervor religioso que se guarda al Señor del Gran Poder. El objetivo que se buscó es que la festividad sea reconocida como Patrimonio Intangible de la Humanidad de parte de la Unesco, que es el organismo cultural por excelencia de la Organización de las Naciones Unidas.
Puede que el esfuerzo realizado por parte de sus devotos, para conseguir esa consagración, hubiera causado el buen impacto que se buscaba en los observadores que ha debido acreditar la Unesco para observar si la festividad religiosa merecía o no ser acreedora a esa distinción honorífica.
Pero también es probable que esos observadores hubieran apreciado que la festividad religiosa es desprestigiada por el alto consumo de bebidas alcohólicas, lo que no puede pasar desapercibido, si cerca a los bailarines están personas que les proporcionan esos productos espirituosos, peor cuando se hace visible el hecho de que algunos(as) de sus participantes demuestran hallarse en estado de ebriedad. Tales estados de incontinencia no pasan desapercibidos para quienes asumen virtualmente el rol de jueces.
Cabe anotar, empero, que los deplorables casos de ebriedad en la festividad religiosa del sábado no son la excepción. Por el contrario, es la demostración de que ni acontecimientos de esta índole están exentos de exponer públicamente algo que está denigrando a Bolivia. El alto nivel de tendencia al alcoholismo al que está llegando la sociedad nacional es francamente vergonzoso.
Es tan evidente que, según estudios internacionales efectuados entre países de la región, Bolivia figura en los primeros lugares donde la dedicación al alcoholismo es creciente. Pues, no se trata ya solamente de que los alcohólicos sean varones, sino también mujeres. Y más penoso aún, que la adicción empiece entre los adolescentes de ambos géneros. Así no se construye una nación, más bien se la relega al desprecio y la condena.
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