Sergio Almaraz habló del “tiempo de las cosas pequeñas” en su libro “Réquiem para una República” publicado en 1969. Enfáticamente señaló entonces: el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario antes de su caída vivía el tiempo de las cosas pequeñas. Una chatura espiritual lo envolvía todo. Un semanario partidario, un año más tarde, se expresaría en una frase: “Laicacota, sepelio de tercera clase para una revolución arrodillada”. Un gobierno vencido de antemano por la desilusión y la fatiga, no podía resistir. Estaba solo. En las 48 que precedieron a su caída tuvo que pagar agravios y errores. El pueblo quedó expectante, atrapado por una sombría duda. Abandonado por sus dirigentes, él también estaba solo. Nunca la historia de Bolivia tocó tan desmesuradamente los extremos de la lógica y el absurdo. En Laicacota se disparó sobre el cadáver de una revolución.
En la contrapartida, hoy pareciera que, con mayor fuerza y contundencia, un tiempo de las cosas “chicas” se hace patente en todos los órdenes. Hasta en el campo urbano, hablando de La Paz, se tiene la impresión de que nuestra urbe se “achicó”, pues así lo reflejan los tremendos congestionamientos diarios de vehículos; aceras atiborradas por comerciantes que ofrecen “todo y nada”; calzadas invadidas por los expendedores callejeros; zanjas, agujeros, tierra, escombros; peatones que arriesgan su integridad física e incluso la vida ante irresponsables e irascibles conductores que a su vez lidian con los tumultos que bloquean y cierran vías públicas. A todo ello se suma el temor y terror por el retorno de los dinamitazos que espantan a gil y mil haciendo intransitables las vías públicas.
Por otra parte, la ya azorada población virtualmente se halla obligada a seguir a través de los medios de comunicación los denominados “culebrones” sobre uno y otros temas ya rayanos con lo inverosímil, siendo tan alucinantes que, para colmo, se presentan hasta en la sopa diaria. En tanto, los problemas cotidianos que machacan al ciudadano de a pie persisten con sumo rigor, dando la impresión de que a nadie le interesa mucho resolverlos, tales como los “trameajes” en los que siguen incurriendo los transportistas públicos, los “paraditos” o “espaldares” que es usanza en los denominados minibuses, e incomodidades diversas de las que hacen gala.
Para colmo, los sitios públicos son convertidos en urinarios al aire libre y con los consiguientes olores nauseabundos, a más de las contaminaciones acústica (ruidos ensordecedores de parlantes, motocicletas cuyos “escapes” abiertos al colmo causan pavor) y visual (banners deshaciéndose por la acción del tiempo, letreros, carteles, afiches, pasacalles, colocados arbitrariamente, etc.), bocinazos, palabras de grueso calibre que utilizan grupos de “drogos” y ebrios consuetudinarios a plena luz del día, amigos de lo ajeno pululando por doquier, y en fin muchas cosas más que nos hacen pensar en que estamos “achicados” ante lo malo y lo anómalo.
No sabemos si Almaraz Paz algún día -de estar vivo aún- se habría referido a este estado de las cosas “chicas” que nos hacen reparar en la miseria moral y material en la que va cayendo la sociedad, la cual de ese modo digamos que hoy sí vive “el tiempo de las cosas chicas”, aunque paradójicamente son grandes males para el agobiado, así como sufrido conjunto ciudadano.
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