[Isabel Velasco]

Sacrificadas madres de antaño


Hernando Siles, uno de los más recordados gobernantes de nuestra patria, fue quien con sabiduría instituyó por decreto de 8 de noviembre de 1927, al 27 de mayo como el Día de la Madre, en honor a las grandes mujeres cochabambinas que lucharon en defensa de la libertad de nuestra nación, las siempre y eternas “Heroínas de la Coronilla”.

Las abuelas de los recuerdos no celebraban el “Día de la Madre”, todos los días eran de ellas. Según nuestras costumbres antiguas, los hogares se formaban bajo el alero de la casa familiar, donde la reina absoluta era ella, encargada de mantener a sus hijos unidos, administrando y disponiendo de la mejor forma de bienes y haciendas y estando siempre lista para proteger, aconsejar y guiar a sus hijos y nietos. El respeto hacia los mayores, en esos tiempos de oro, era norma y costumbre generalizada. La madre era una especie de soberana que decidía lo que se debía y no debía hacer. Las grandes casonas solariegas de antaño cobijaban a los hijos a medida que se casaban en sectores bien distribuidos, dispuestos con antelación, compartiendo entre todos salones y comedores; vivían familias enteras en un ambiente de alegría y unión tanto material como espiritual.

¡Benditas madres de antaño!, cuya única preocupación era la de ver crecer a sus niños sanos, robustos y “rosados”, bien educados y estudiosos, especialmente de la gramática castellana y del santo catecismo. Ellas compartían la educación de sus hijos con los maestros, los cuales se caracterizaban por ser muy estrictos, mas ellas jamás les reprochaban, pues los profesores siempre “sabían lo que hacían” y por el “bien del niño”

Eran expertas en el arte culinario, en bordado, tejido, zurcido invisible y todos los trabajos del hogar, no se hacían problemas al cocinar en un fogón de leña en una cocina “Económica” en un anafe “Primus”, eran felices planchando y almidonando los cuellos y puños de las camisas de sus esposos e hijos con pesadas planchas que calentaban con carbones encendidos o en la hornilla. Cosían sus vestidos y de sus hijos pedaleando con fuerza una “Singer” de última moda. Increíblemente se daban tiempo armando los “canelones”, batallando con el “bucleador” o trenzando y desenredando esas bellas cabelleras de antes.

Estas increíbles madres de antes la pasaban muy bien y se daban tiempo para escuchar sus discos favoritos de “78 revoluciones por minuto” en victrolas a cuerda RCA Víctor. Escuchaban y bailaban la música de moda “Titina My Titina”, Madreselvas en Flor, Francesita, Tarde Gris, Late un Corazón, Inspiración Mein Lieber Augustin, Oh París, El Carrillón de la Merced, El día que me quieras, La Pobre Fea, Merceditas y muchísimas más.

Asistieron al Teatro París, al Princesa, al Cervantes, al Roxy y al Imperial, soñaron con Rodolfo Valentino, Eddie Nelson, José Mujica, Ronald Reagan, Tyrone Power, Frederick Marsh, Johnny Weissmuller y Carlitos Gardel. Se vistieron y peinaron a la moda de Jeannette Mac Donald, Carol Lombard, Dolores Costello, Marlene Dietrich, Greta Garbo, Bette Davis. Hablaron y comentaron los grandes films recién llegados: El Árabe con Ramón Navarro y Alicia Terry, Pasionarias, con Charles Farell y Greta Nissen. La Calle del Pecado con Emil Jannings, Sangre y Arena con Tyrone Power y muchos más.

Aparte de ser “hacendosas” amas de casa fueron excelentes farmacéuticas, para ellas su “botiquín” era el tesoro más preciado y ellas, conocedoras de cada caso, hacían uso de todo lo que contenía. Para los dolores agudos de vientre de oídos o de muelas, nada mejor que unas gotas de “láudano”. Para un empacho gástrico: tintura de ruibarbo o de “cáscara sagrada”. No podía faltar un frasco de amoniaco, tintura de árnica, yodo, sales inglesas, bicarbonato, leche de magnesia, aceite de ricino, “Emulsión de Scott”, y hierbas para mates y tisanas. Esas madres curaban todo, además tenían de aliados a toda la “corte celestial”. Para el dolor de cabeza una oración a Santa Ludvina, el dolor de muelas Santa Polonia, Santa Gertrudis para el mal de corazón, Santa Tecla para la boca torcida, Santa Lucía para los ojos, San Blas la tos, Santa Lucrecia el asma, Santa Engracia el hígado, San Pantaleón curaba las almorranas, San Valentín el estreñimiento, El Tata Santiago el reumatismo, San Ramón “candadito en la boca” para los mal hablados. Y así entre cataplasmas, ventosas, sinapismos, fricciones y kakoradas combatían los resfríos, coqueluches, toses y catarros.

Jamás se quejaron de “stress” ni tensión nerviosa, el rezo del Santo Rosario era suficiente para poder calmar las ansiedades.

Hay mucho más para el recuerdo de esas valientes mujeres, quienes con el corazón sangrando despidieron a sus hijos a la guerra, ¡coraje, valor y estoicismo de las madres bolivianas! Dios las bendiga.

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