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Fernando Henrique Cardoso solía decir que era inútil querer que su país se comportase como un tigre asiático, pues su tamaño en todo sentido lo convertía en una ballena que no podía sino avanzar a ritmo cetáceo, pero seguro. El juicio a Dilma Rousseff demoró más de un año en madurar, desde las elecciones de 2014 en las que Aécio Neves perdió por el margen más estrecho ocurrido en Brasil desde la restauración de la democracia al final de la década de 1980. Como en todas las victorias estrechas, al PSDB, la socialdemocracia en oposición, le quedó el sabor de una derrota sospechosa. La cuña que frenó el que parecía un avance imparable del PT de Luiz Inácio Lula da Silva fue una socialista menuda, pero de discurso vibrante y consecuente que venía de los parajes remotos del Acre, cerca de la frontera con Bolivia: Marina Silva. Arrancó casi el 22% de los votos y privó tanto a Neves como a Rousseff de una victoria en primera vuelta.
Para entonces, era evidente que las aspiraciones de muchos brasileños de ver a la economía de su país crecer a paso de felino eran irreales. Cuando Dilma Rousseff juró por segunda vez al comenzar 2015, empezó a aplicar ajustes económicos que se creía serían los de la socialdemocracia. Y ¨la caja negra¨ de Petrobras, la empresa bandera de Brasil, empezaba a perfilarse como el origen de trampas que habían ayudado a que entrase en crisis justo cuando se aproximaba la tormenta que iba a hundir los precios del petróleo. Una porción importante del escándalo, se supo después, había ocurrido cuando la presidente estaba a cargo de Petrobras.
De ahí, el paso siguiente, el de su enjuiciamiento y separación temporal del cargo, fue solo una consecuencia que se yergue como un dominó sobre sus sucesores. Michel Temer, el vicepresidente, asumió el 12 de mayo, hace menos de tres semanas, bajo un inquietante telón de fondo: ¿Son hombres probos los legisladores que determinaron el enjuiciamiento de la presidenta a la que acusan de deshonestidad administrativa? Más de la mitad de los legisladores enfrenta acusaciones de corrupción.
La piedra más notable en el dominó desatado por el proceso que apartó a Rousseff cayó sobre el presidente de la Cámara de Diputados que aprobó el enjuiciamiento por mayoría abrumadora: Eduardo Cunha.
Locutor evangelista de la Asamblea de Dios, a quien el también enjuiciado ex presidente Fernando Collor de Mello (1989-1992) puso al mando de un conglomerado de telecomunicaciones en Río de Janeiro, Cunha fue apartado del cargo legislativo bajo acusación de lavado de dinero y corrupción pasiva que formuló por el Procurador General y que la Corte Suprema refrendó con una rara unanimidad de 10-0. Pronósticos de tormenta también amenazan al presidente del Senado, Renán Calheiros, investigado bajo sospechas de recibir sobornos.
Temer enfrenta a su vez múltiples acusaciones que confirman el escepticismo brasileño en torno a sus líderes nacionales. Es probable, sin embargo, que consiga mantenerse en el timón de la mayor economía del continente hasta el final del mandato asignado a Dilma Rousseff, el 1 de enero de 2019.
Los críticos del proceso que ha apartado a Dilma Rousseff y su partido del mando de Brasil afirman que ha ocurrido un “golpe legislativo”, pero con frecuencia ignoran disposiciones constitucionales que avalan el alejamiento de la presidenta. Un colega muy bien informado menciona desde Brasil la ley de responsabilidad fiscal, que marca límites a los gastos públicos. Dice mi amigo: Las maniobras fiscales, las “pedaladas” convertidas en léxico común, empujaron el déficit público a 170.000 millones de reales, más de 50.000 millones de dólares el año pasado, casi cuatro veces las reservas que guarda el Banco Central de Bolivia.
Hasta 2013, había un amplio superávit. Solo esa cuenta explicaría gran parte del colapso de la economía brasileña. Aún más, no está clara la participación de la presidente suspendida en la compra de una refinería en California, que los críticos consideraron 100% innecesaria. “De este maremoto, dice mi amigo, es posible que no se salve ni el gobierno de Temer. Pero los líderes políticos y económicos del país preferirían Temer a lo incierto¨.
Como en la metáfora del expresidente Cardoso, la ballena desdeña rutas desconocidas y se mueve por rutas ciertas a su propio ritmo.
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