En la filosofía ignaciana, según el padre jesuita Sabino Colque –dicta esta materia en un ente de educación superior– “nadie es dueño de nada”. Enfatiza al respecto: los padres no son dueños de los hijos, los esposos no son dueños el uno del otro, nadie es dueño de los bienes materiales que ostenta porque sencillamente somos pasajeros en este mundo, y por el contrario lo que debemos hacer es vivir en libertad porque hemos nacido para ser libres.
Y aunque se puede afirmar que esa forma de pensamiento es profunda, quizás hasta incomprensible para muchos mortales, no deja de ser cierto que “nadie es dueño de nada”. Recordemos, sólo como ejemplo, que se suele decir desde hace mucho: “los hijos son prestados nomás”, pues a su turno dejan el núcleo familiar para formar el suyo. En cuanto a la ostentación de muchos sobre las propiedades de tales o cuales bienes terrenales a veces considerables que aseguran tener, también es verdad lo relativo a “nadie sabe para quién trabaja”, ya que en cuanto fallece o muere la persona es obvio que no podrá llevarse a la otra vida todo lo “cosechado”, o pese a haberse esforzado mucho laborando, resulta que al final es otro quien goza del fruto de su trabajo. Habida cuenta de esta realidad, el religioso insta por el contrario a vivir en libertad sin la presunción de ser dueño de nada, gozando cada día como si fuese el último de la existencia, en un haz de armonía, comprensión y solidaridad con la conciencia de que las posesiones mundanales sólo deben servirnos como un complemento para lograr nuestro bienestar y así tratar de ser felices.
Sin embargo, digamos que, pisando tierra, hoy más que nunca en nuestro medio la filosofía ignaciana pareciera que no tiene cabida, y decididamente fue dejada de lado, puesto que así lo pone de manifiesto un presente en el cual existen aquellos que se creen los dueños de todo. Defienden y “luchan” a brazo partido por el ente en el cual se han enquistado. Han “tomado” o “capturado” diversas instituciones y, a través de sus dirigencias, hasta se explayan en su permanencia en las mismas inclusive durante muchas décadas. Por ello, reiterativamente se suele escuchar: “es que es pues, o se cree el dueño” -de la asociación gremial, laboral, deportiva, cultural, académica”, o lo que fuere- en alusión a los que detentan tales entidades, quizás con méritos, argucias, maniobras no siempre sanas, y vaya a saberse qué más. En efecto, no son “dueños” de estas, pero se apropian de ellas por periodos excesivos de tiempo. Ahí, claro está, no cuaja la filosofía ignaciana porque esas mentes han sido cegadas por la ambición desmedida. Lo que nos lleva a concluir que, de veras, “nadie es dueño de nada”, empero siendo el hombre un lobo para el hombre siempre habrá quien piense lo contrario y viva sólo para “acumular”.
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