Dionicio Quispe Calle
Desde la llegada de los españoles a las tierras de Abya Yala, hoy América del sur, Bolivia desde su fundación como república en 1825, hasta el año 2010, nunca ha tenido una política educativa emergente de los saberes y conocimientos de los pueblos indígena originarios del contexto local, regional y nacional, ya que en el pasado estos saberes fueron olvidados y despreciados como algo inservible, solo los saberes universales eran considerados fundamentales en el ámbito educativo.
El modelo educativo tradicional nos ha sumido en una educación estática con base en los conocimientos universales e importados, mientras que el Modelo Educativo Sociocomunitario Productivo ha contribuido a la revolución científico-cultural en el Estado plurinacional, permitiéndonos a las y los maestros generar conocimientos sobre la base de nuestras propias experiencias e incorporar los valiosos saberes ancestrales en nuestra práctica pedagógica cotidiana, como estrategias importantes que coadyuven al fortalecimiento de la formación científica y tecnológica de los estudiantes, sin descartar los conocimientos universales, sino valorando por igual ambos saberes en el ámbito educativo.
Por tal razón el Modelo Educativo actual ha permitido a los pueblos indígena originarios fortalecer su identidad cultural, expresarse libremente en su idioma originario, valorar sus vestimentas, cosmovisiones, costumbres y tradiciones, medicina tradicional, alimentos tradicionales y naturales y muchos otros valores culturales que han sido olvidados por efecto de la colonización extranjera.
Cuando el pukupuku, preparaba su nido encima de un promontorio de piedra, era porque sería un año con mucha lluvia, y cuando lo hacía debajo del mismo, sería un año con menos lluvia; entonces nuestros antepasados imitaban el pronóstico de estas aves del altiplano, ubicaban sus sembradíos en los cerros cuando iba a ser un año con mucha lluvia y en lugares bajíos o pampas en los años con menos lluvia.
Cuando el zorro aullaba antes del tiempo normal, era porque la lluvia empezaría antes de lo previsto y cuando este animal se retrasaba en su aullido, se decía que la lluvia sería más frecuente al último; entonces nuestros antepasados ubicaban sus siembras escuchando atentos el aullido de este animal, adelantaban o retrasaban sus siembras de acuerdo con el aullido del zorro.
Para la fractura de huesos, nuestros antepasados molían y preparaban una masa de waraqu, waji, lagarto o víbora y alcohol; colocaban como una parcha, encima ponían unos palitos llamados charros, para que el hueso pueda sanar sin mover.
Para chupar la sangre lastimada interiormente por efecto de un golpe, sacaban la wintusa, que consiste en utilizar un vaso o jarro, colocar en ella un poco de alcohol, luego prender fuego y voltear sobre el lugar herida, entonces va chupando la sangre herida por dentro.
Cuando un bebé o una persona adulta tiene un susto fuerte, por cualquier motivo, ya sea por una caída, ladrido de un perro o por accidente, esta persona asustada no duerme tranquila en las noches, entonces llamaban a su ajayu mediante un curandero.
Desde mi punto de vista como maestro, estos y muchos otros valiosos saberes ancestrales de los pueblos indígena originarios, actualmente son aplicados gradualmente en la práctica educativa, junto con los conocimientos universales y crece la expectativa en los niños y jóvenes estudiantes por conocer estos saberes locales de los antepasados, ya que los mismos fortalecen sus aprendizajes en diferentes campos y áreas de conocimiento, y al mismo tiempo, contribuyen favorablemente a la revalorización de nuestra identidad cultural, en el marco del Modelo Educativo Socciocomunitario Productivo.
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