Indiferencia con discapacitados

La temática humana en todo tiempo siempre merece ser tratada con la mayor prioridad, no solamente por solidaridad sino por obligación social.

En el caso de los gobernantes, adquiere incluso el carácter de responsabilidad, si acaso, efectivamente, se está al servicio de los demás.

En el conflicto planteado por las personas discapacitadas, por consiguiente, había una doble motivación para ser atendidas, no precisamente en plan de beneficencia. Exigía prestarles atención preferente, además en el tiempo más breve posible.

Causa desconcierto y hasta provoca una reacción inquisitiva sobre el cumplimiento de deberes esenciales que tiene un gobernante. No hay una explicación válida para que se resista a recibir a esas personas, como parte de las obligaciones que tiene, pero fundamentalmente por el hondo carácter humanitario que conlleva.

Ser recibidas en el Palacio de Gobierno les habría hecho sentir como un privilegio, con mayor razón por su condición de minusválidos. En circunstancia tan excepcional, tener también acceso a hablar con el mandatario les hubiera quedado en la memoria un grato recuerdo.

En ese clima de humanitarismo, era apropiado escuchar las razones de su demanda, que seguramente son dignas de toda consideración. Y, en caso de que fuera difícil de acogerla, explicarles las limitaciones financieras del Estado.

Por último, al tratarse de un caso social de singular alcance, se les podía también ofrecer alguna comprensión. Una de ellas, disminuir la pretensión que tenían. En otro caso, que se realice un estudio sobre la gradación de cada caso y, sobre esta base, concederles algo del bono que pedían en los casos más justificados y apremiantes. Al resto, barajarles otras opciones.

Esta es la forma en que un gobernante tiene que atender los asuntos públicos, que obviamente son muy diversos y de distinta naturaleza. Empero, al estar en esa función tiene forzosamente que conocer los problemas que conciernen a los intereses de toda la población nacional, por más ingratos y difíciles que sean, así como en otras oportunidades le resultan gratos y hasta halagadores.

El mandatario tuvo ya una experiencia bastante parecida a la que se aborda en estas líneas. Se resistió igualmente a recibir a los dirigentes de una marcha cívica del departamento de Potosí, la que recorrió casi medio millar de kilómetros para hacerle conocer sus necesidades y obtener siquiera alguna respuesta que sea positiva. Pues, se merecía aquel pueblo sacrificado y proveedor de importantes recursos financieros al Estado, con la explotación de sus riquezas mineras.

El contingente cívico estuvo casi un mes en La Paz y se fue con las manos vacías, además muy dolido por el maltrato recibido del primer ciudadano del país. Pero la vida humana tiene muchas vueltas y se produjo el arrepentimiento, aunque haya sido de solo palabras y no de una reacción íntimamente sentida.

Como el mandatario siempre está viajando por el país en campaña proselitista, desde los inicios de su gestión, que data ya de 10 años, en ese plano tuvo necesidad de ir a Potosí y, para no recibir rechazos públicos u otros manifestaciones de resentimiento, pidió perdón por el torpe comportamiento que tuvo con la marcha cívica potosina que llegó a La Paz.

Con los discapacitados no vaya a ser que otro día, por las imprevisiones que tiene la vida, tenga que darles alguna satisfacción, como lo hizo en Potosí. Pero, sin duda, será tarde, aunque, como ser humano que es, lleve en la conciencia hasta el final de sus días el grave error que está cometiendo con los minusválidos de Bolivia.