[Armando Mariaca]

Diálogo, instrumento de concordia, armonía y paz


Sería justo que el gobierno y quienes fungen como opositores concuerden en una realidad: los diez años transcurridos desde el año 2006 si bien han servido para algunas realizaciones en pro del país, también ha sido un tiempo en que se desarmonizó todo porque los complejos, rivalidades, desencuentros, desajustes, antagonismos y hasta desconocimiento del pasado que dio razón de ser al país, han primado en las conductas de unos y otros. Es preciso reconocer que cada quien, en la posición que tenga, ve los hechos con ojos supeditados al propio interés sin pensar que todos, en su posición, tienen criterios, conceptos claros sobre todo; sin embargo, el desaguisado que todo ha producido, provoca una situación de discordia permanente.

Muchas veces se ha dicho y reconocido -sin voluntad para practicarlo- que el diálogo sería el mejor medio para conciliar posiciones, para concertar soluciones a los desacuerdos, armonía para todo lo que deba hacerse pero en planos de paz y acuerdo entre todos, aceptando las diferencias porque cada uno tiene derecho a pensar diferente a los demás; lo importante sería que haya armonía, paz y respeto entre las partes, que cada uno exponga sus razones y al calor de los hechos o acontecimientos de diez años, se piense que el país no puede permanecer en planos de discordias.

El MAS, con el presidente Morales a la cabeza, piensan que lo hecho, sentido y pensado por ellos es lo mejor, lo más práctico, lo que implica cambio y desarrollo para el Estado; los otros, los que están en una oposición desorganizada, inarmónica, plena de intereses creados y donde cada político siente ser líder o posible cabeza de todos, no encuentran medios ni sistemas para ponerse de acuerdo, para proponer remedios a los múltiples problemas que enfrenta el país; no hallan las formas más armónicas para juzgar constructivamente lo ocurrido en diez años y sólo muestran desacuerdos, critican y condenan.

En definitiva, es urgente conciliar posiciones, armonizar remedios y encaminarse por rutas que permitan la unidad de todos en lo que interesa a todos sin distinción alguna. Es tiempo de abandonar posiciones chauvinistas y sentimientos de odios y complejos porque seguir en los senderos falsos y deleznables de lo malo que se hizo, de lo que no se cumplió, de los hechos de corrupción que hubo o de los desaciertos en el manejo económico o de las medidas de cambio que no cambiaron especialmente conductas, no conducirá a nadie a nada y todo seguirá igual o, tal vez, con más contundencia, porque las partes -según donde se encuentren y de donde vean los hechos- darán lugar a encaprichamientos y creer, vanamente, que lo que se critica y condena no había sido del todo del gobierno sino responsabilidad de todos y no hay razonamientos para juzgar consciente, honesta y responsablemente las cosas y todo se convierte en razón y causa para las discordancias.

Tanta discordia no merece continuar, dejar que todo pase sin hacer nada por superarlo sería irresponsable y conforme se agravan los problemas, se ven agudizados por la crisis que no tiene visos de paliarse, se llegaría al convencimiento de que somos un pueblo que, unido, podría vencer con mayor facilidad los temporales de la vida nacional.

Será constructivo que todos, gobernantes y gobernados, tomemos conciencia de la necesidad de unirnos en torno a las dificultades y si hay deudas o cuentas que pagar que la misma historia sea la que ponga en las balanzas de la justicia lo que corresponda hacer. Hay mucho que reprimir del pasado y mucho más del presente porque todo llegó a extremos; sentir y tomar conciencia de todo es responsabilidad general que no puede soslayarse.

No puede seguirse en el camino de los reproches y las recriminaciones cuando hay mucho por hacer; no puede continuar una vida donde se cree que algunas ideologías de extrema izquierda aún pueden ser “tabla de salvación” cuando se tiene conciencia de que esas ideologías han pasado luego de haber dejado una secuela de males a países donde se asentaron. Tenemos un país digno de cambiar el curso de los acontecimientos y retomar los senderos de lo que siempre se buscó como son la unidad, el trabajo, la disciplina, la honestidad y la responsabilidad.

El gobierno debe cumplir, en el tiempo que le queda para administrar el país, con hacer gestión, corregir sus yerros y enfocar la vida nacional saliendo del túnel de oscurantismo en que la ineptitud, el despilfarro y hasta la corrupción lo colocaron. Por su parte, quienes dicen hacer el papel de oposición aunque inorgánica, débil y dividida por sus ambiciones y ausencia de vocación de país y sólo consciente de lo que deben criticar y condenar a los contrarios, deben tomar conciencia de país y actuar de acuerdo con los intereses del bien común.

No abandonar las vanguardias de todo lo malo y persistir en actitudes que complican y agravan los problemas es irresponsable e inconsciente, es contrario a lo que se predica por pura palabrería que no es más que demagogia y populismo destructivos.

El diálogo es la conducta a seguir por todos con miras a armonizar, convenir y concordar en la búsqueda, encuentro y práctica de soluciones; no entender todo esto es, simplemente, estulticia y carencia total de conciencia y valores que deben guiar las conductas.

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