Se aproxima otro aniversario de la protección al trabajo infantil y, es preciso, enfatizar sobre el cumplimiento fiel a las prerrogativas de la OIT. La Organización Internacional del Trabajo determina la edad hasta los 18 años como consideración de niño; hace poco se celebró el Día del Niño, sin que esta fecha conmemorativa sensibilice efectivamente a los Estados para mejorar la situación y velar cotidianamente por la vida de los niños, verdadero y único filón del futuro de los pueblos, que siguen siendo explotados, basta solo escribir la espeluznante cifra de 169 millones de niños que trabajan o son obligados a trabajar en el mundo.
Las peores formas de trabajo infantil que causan desesperanza y dolor en el ser humano sensible son aquellas que obligan a los niños a trabajar en la minería y en las labores extractivas, altamente peligrosas y con inevitables consecuencias en el desarrollo biológico del niño; los niños que, obligados, trabajan en las diferentes modalidades de prostitución y trata de los mismos, para satisfacer la demanda de sujetos depravados obsesos por relaciones sexuales con niños y niñas vírgenes.
La ominosa actividad del narcotráfico utiliza a los niños para sus macabros objetivos, transformándolos en niños-mula y utilizando su inocencia los someten a ese inmisericorde riesgo, que los marca para toda su vida futura.
Otra estadística mundial escalofriante refiere que 6 niños mueren por cada 100 que realizan trabajos peligrosos, por ello el Convenio de la Organización Internacional del Trabajo que regula el trabajo infantil debería ser observado fielmente por todos los Estados, cuyo enunciado se encuentra en el artículo 182 de la precitada Convención.
El autor es abogado corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación, catedrático, escritor.
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