II
Desde una perspectiva institucionalista, las instituciones son procedimientos, formales e informales, rutinas, normas y convenciones incrustadas en estructuras organizacionales dentro del sistema político. Por su parte, desde un enfoque sociológico, las instituciones pueden ser comprendidas como sistemas de símbolos, mapas cognitivos y patrones morales que proveen “marcos de significado” para guiar la acción humana en política.
La lógica de la institucionalización gira en torno a la idea de previsibilidad del ejercicio del poder, es decir, de la posibilidad de saber hasta dónde pueden llegar sus efectos y cuáles son sus limitaciones, propiciando, de esta forma, una seguridad jurídica a los gobernados que no más se encontrarán bajo el mando total y arbitrario de un poder efímero, sino que de un conjunto de leyes.
Como ya se ha comentado, en las sociedades primitivas no existía un poder institucionalizado. En general, había un jefe que se imponía por la fuerza, por la astucia, u otra distinción cualquiera valorada por la comunidad. No había nada que se pareciera a la delimitación de competencias, mucho menos a la división de poderes que solo sería concebida con la formación del Estado moderno.
El propósito más lógico de la institucionalización es direccionar el poder del Estado para promover el bien público, lo que justificaría su propia existencia y legitimaría ese poder, poniéndolo por encima de los intereses particulares. De ese modo, el poder institucionalizado del Estado debe ejercer una acción objetiva sobre los mismos hombres que lo crearon.
En la Edad Media, por ejemplo, cuando todavía no existía el Estado propiamente dicho, la autoridad reposaba únicamente en las relaciones personales entre un superior y un inferior. Como enseña Dias, el individuo no era capaz de servir a una idea, pero servía hasta la muerte, si necesario fuera, al hombre al cual era fiel. De ahí que la idea abstracta del poder no podía estar separada de la imagen concreta de un jefe.
El Estado es, sin dudas, la estructura más avanzada de institucionalización del poder en una sociedad política. Solamente con el régimen de Estado fue posible concebir la plena despersonalización del poder y, a la vez, alimentar la idea de una soberanía que lo justificase, creándose una estructura concreta que se constituye como un sistema de relaciones de poder entrelazados entre sí y jerárquicamente configurados con base en un centro supremo formado por un cuerpo de funcionarios, órganos y agentes, que tornan posible su existencia y funcionamiento.
El punto clave de la institucionalización del poder gira en torno a la idea de que los gobernantes no lo ejercen por sí, pero a nombre del Estado, por medio de una representación. Por esa razón, este poder será siempre permanente, pues el Estado no muere. Empero, los representantes pueden ser cambiados con cierta regularidad. En definitiva, como ha quedado patente, quien detiene el poder en el Estado no es una persona, sino que una entidad.
El Ing. Com. Flavio Machicado Saravia es Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.
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