La noticia de perfil
Hay quienes suspiran profundamente cuando recuerdan algún cine en el cual estuvieron, por ejemplo, con la que hoy es su esposa. Y no es para menos, puesto que hace muchas décadas una de las pocas atracciones en nuestra urbe fue la de aquellas salas cinematográficas que, con el transcurrir del tiempo fueron sucumbiendo, se puede decir, ante el incesante y “despiadado” avance tecnológico de la modernidad.
En esos establecimientos, plagados de romanticismo, picardía, ansiedades, e ilusiones, considerados por muchos como impulsores de la cultura, merced a que siempre se habló con propiedad del denominado séptimo arte, se apreció en más de una oportunidad cómo abrían los ojos desmesuradamente quienes contemplaban aquellas películas que marcaron época y que, dicen, incluso hoy no tienen parangón con las actuales producciones. Pues resulta que filmes como Tarzán (en blanco y negro, con Johnny Weismuller); Fumanchu; Ben Hur (a colores, con Charlston Heston); el Manto Sagrado; Cleopatra, con Elizabeth Taylor; por sólo mencionar algunas, hasta llegar a las décadas de los 80 cuando también se vio otra serie de varias y no menos espectaculares “pelis”, si se quiere, incluso llegaron a ser parte de la vida de muchos de los espectadores en un marco sencillo e ideal de plácidas emociones irrepetibles, acompañados generalmente de alguien en particular.
Los denominados cines de barrio, consecuentemente, llegaron a ser parte de la vivencia de la gente, y por no decirlo, para gran parte de ella la única sana distracción. En ese sentido es necesario mencionar al cine “Illimani”, en Villa Victoria; “Lux”, en la avenida Entre Ríos; “Mignon”, en la calle Chuquisaca; “Abaroa”, en la calle Sagárnaga; “Imperio”, en el barrio de Gran Poder; “Madrid”, en la avenida Baptista; “Ebro”, en la calle Genaro Sanjinés; “Variedades”, en el Parque Líbano; “Parroquial San José”, en Villa Victoria; “Tesla”, “La Paz”, “Scala”, “Avenida”, “Bolívar”, “México”, “París”, y otros que escapan a la memoria, en pleno centro paceño y distintos barrios. Entradas baratas, al alcance de los bolsillos, era una de sus características y a ello se sumaba ese aura familiar propio de esas décadas, en las cuales hasta era una especie de obligación que toda la familia acuda los domingos a las funciones en horarios definidos y “sagrados”: matinal, matinée, tanda o noche.
Mientras hoy, comentan, no existe aquello, puesto que todo ha experimentado un cambio profundo que espeta a las generaciones de ayer: la tecnología es la que hoy manda para bien o mal y quien no se monte en tal vertiginoso carro, lamentablemente está fuera de tiesto y desactualizado, siendo algo así como un “analfabeto informático y cibernético”. Vale decir, alguien que está desenchufado de la, no obstante, triste y cruel realidad, la que otrora en las penumbras de esas salas significaba sueños, ilusiones y aspiraciones nobles, tras las cuales volaba la imaginación con frenesí.
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