Buscando la verdad
¿Qué dice Ud.? ¿Es malo el dinero? ¿Es mala una droga? ¿Es malo un cuchillo? Su mano y boca ¿son malos? No, todo es neutro. Lo bueno o malo es cómo se los usa. Veamos.
Así como el dinero sirve para comprar alimentos, medicinas o un regalo, sirve también para comprar conciencias, el cuerpo de una mujer o contratar a un sicario.
En cuanto a la droga -la cocaína, v.gr.- sirve como anestésico para cirugías de ojos, oídos y garganta, pero ¡cuánto daña cuando entra por la nariz como sustancia recreativa!
Con un cuchillo se puede matar, pero el bisturí de un experto ayuda a operar y, respecto a su mano, con ella puede acariciar o hacer un puño y golpear. ¡Ni qué decir de su boca! Con ella puede bendecir o maldecir, alabar a Dios, pero también agredir al prójimo, p.ej., a su cónyuge.
Exactamente igual pasa con la tecnología -no es mala ni buena por sí misma- depende de cómo y para qué se la ocupe. Pero… ¿por qué todas estas preguntas? Simplemente por el hecho que en Bolivia estamos en medio de una polémica a raíz de una nueva determinación oficial de etiquetado obligatorio de alimentos y productos que contengan o deriven de Organismos Genéticamente Modificados (OGM); la etiqueta será amarilla y -cual un semáforo- significará: “precaución”.
Se dice que ataña al derecho del consumidor a estar informado, si bien -por una cuestión de equilibrio- bueno hubiera sido que a la leyenda de la identificación obligatoria OGM se añadiera esto: “Estudios de la FAO/OMS comprueban científicamente que no se ha registrado daños a la salud humana y animal por el consumo de OGM, sino todo lo contrario”, como también acaba de informar la Academia Nacional de Ciencias de EEUU. Pero, no… hay que aplicar el ¡principio precautorio! Ojalá fuera así para los productos que en verdad hacen daño… ¡podría dedicar toda una columna para dar buenos ejemplos!
¿Cuán beneficiosa será la etiqueta cuando luego de 20 años, todo es ya o deriva de OGM?
¡Imagínese! ¿Poner una etiqueta amarilla a cada pollo, huevo, leche, queso, yogurt, cerveza, galleta, chocolate, jugo, fideo, carne, embutido y a todo lo que se importe o produzca a base de soya, maíz, algodón u otros cultivos genéticamente modificados? ¡Se amarillarán los mercados! Aunque -bien también- pues dada la recurrencia, el consumidor podrá finalmente concluir que: 1) Lo que venía consumiendo por más de diez años no hace daño; 2) Lo etiquetado es más barato que lo orgánico o convencional; 3) Lo importado sin etiqueta es contrabando y... ¡habrá que decomisar!
El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional
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