Texto BBC Mundo, Londres
A Jorge Luis Borges se lo recuerda como un escritor obsesionado con el tiempo, la eternidad, el infinito, el destino, los espejos, los laberintos. Al cumplirse 30 años de su muerte este martes, en todo el mundo hay homenajes al autor argentino que superó su ceguera alumbrándose con la imaginación.
Suele hablarse mucho de sus grandes obras como “Ficciones” y “El Aleph”, de su profundidad filosófica, de la vista que lo abandonó.
Pero también de sus polémicas posturas políticas, de su relación con quien fuera su joven secretaria literaria, María Kodama y del premio Nobel de Literatura que nunca ganó (y que algunos dicen que merecía).
NO NACIÓ CIEGO
Borges se quedó ciego como consecuencia de la enfermedad congénita que había ya afectado a su padre. El hecho no fue repentino, según se lee en la correspondencia de su madre, Leonor Acevedo de Borges: “Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”. Los ojos de Borges se apagaron en sus tardíos 50.
Sin embargo, la ceguera no le impidió a Borges seguir con su carrera de escritor y conferencista, además de estudiar nuevas lenguas. Tampoco abandonó la lectura: hacía que le leyesen en voz alta.
NUNCA ESCRIBIÓ UNA NOVELA
Borges era un escritor enraizado en la tradición literaria del siglo XIX. Le interesaban la filosofía, la teología, la matemática, la mitología. De su pluma salieron cuentos, poemas, ensayos y crítica literaria. Siendo un autor minimalista, eludió la novela porque se le antojaba un género “subalterno” e incluso “despreciable”.
Según él, para escribir este tipo de relatos era necesario introducir muchos elementos que resultaban ajenos a la trama esencial. “Creo que si yo empezara a escribir una novela, me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin”, expresó en una oportunidad.
TRADICIÓN LITERARIA
Borges era un escritor enraizado en la tradición literaria del siglo XIX. Le interesaban la filosofía, la teología, la matemática, la mitología. De su pluma salieron cuentos, poemas, ensayos y crítica literaria. Siendo un autor minimalista, eludió la novela porque se le antojaba un género “subalterno” e incluso “despreciable”.
Según él, para escribir este tipo de relatos era necesario introducir muchos elementos que resultaban ajenos a la trama esencial. “Creo que si yo empezara a escribir una novela, me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin”, expresó en una oportunidad.
NO LE GUSTABA EL FÚTBOL
Borges opinaba del deporte más popular de todos: “El fútbol es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. “Es popular porque la estupidez es popular”.
Para Borges el fútbol en sí no le interesa a nadie. “Nunca la gente dice ‘qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi, claro que perdió mi equipo’. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego”.
SU REUNIÓN CON PINOCHET
El 21 de septiembre de 1976 (el mismo día en que asesinaron al excanciller chileno Orlando Letelier en Washington) Borges recibió de manos del gobernante de facto Augusto Pinochet el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile.
En un discurso del que años después se arrepentiría, dijo: “En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte (...) Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada”. Luego se reunió con Pinochet, a quien calificó de “excelente persona”.
INSPIRÓ “EL NOMBRE DE LA ROSA”
No es un secreto que el fallecido pensador y escritor italiano Umberto Eco admiraba la obra de Borges. De hecho, Eco reconoció públicamente que el asesino de su novela más famosa, “El nombre de la rosa”, es un guiño al escritor argentino.
Esto es notorio desde el nombre de su personaje hasta su condición: se llama Jorge de Burgos, es un anciano de enorme erudición e invidente, que controla la biblioteca de la abadía donde ocurre una serie de crímenes.
Jorge Luis Borges se quedó ciego en el último tramo de su vida y desde 1955 fue director de la Biblioteca Nacional de Argentina por 18 años.
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