Miguel Ángel Martínez Portocarrero
En esta época de vertiginoso desarrollo científico y tecnológico, el litio se ha convertido en un recurso estratégico de singular valía, dadas sus propiedades innatas que pueden tener múltiples aplicaciones industriales, incluida la energética nuclear. Por ende, ha crecido su demanda y su valor comercial en los mercados internacionales, máxime si se lo encuentra sólo en contados países, aunque en menor proporción que en el nuestro.
A ciencia cierta, el Salar de Uyuni es el mayor yacimiento de litio del mundo. En dicha explanada de 10.582 kilómetros cuadrados, resultado de la evaporación de los lagos Michin y Tauca hace diez mil años, ubicada en la provincia Daniel Campos del departamento de Potosí, duermen algo así como 9,5 millones de toneladas de litio, junto a boro, magnesio, potasio, cesio, rubidio y otras materias primas insustituibles, para la producción de bienes y servicios.
Este metal, el más liviano del grupo de los metales alcalinos, posee sorprendentes virtudes físicas y químicas, por ello mismo, incomparable versatilidad utilitaria. De modo que bien puede servir para la fabricación de nuevos materiales con mayor resistencia y duración, cerámicas, vidrios, grasas industriales, aire acondicionado, deshumidificadores, caucho sintético y pilas recargables, como también para producir vehículos de propulsión eléctrica, vitaminas A y D, analgésicos y hormonas. De su aleación con el aluminio resulta el material ideal para construir aviones y naves aeroespaciales.
Eso no es todo. El litio es indispensable para producir el combustible, a la hora de poner en marcha el proceso de fusión termonuclear para crear energía eléctrica. Sucede que la incorporación de las reacciones de fusión a los reactores termonucleares, pasa por la utilización de isótopos de hidrógeno, deuterio y tritio. Mas, el tritio no siendo un elemento natural, se lo debe conseguir empleando dos isótopos de litio (6-7).
Dicho sea de paso, la fusión termonuclear en general es vista como la forma idónea, para subsanar las deficiencias energéticas, principalmente en los países desarrollados. En cambio, cada vez es menor el interés por la energía proveniente de la reacción de fisión, es decir, aquella energía liberada al romperse un núcleo pesado, por su incidencia negativa en el medio ambiente, al procrear gran cantidad de basura radioactiva, lo cual no sucede en la reacción de fusión, fenómeno que se da al combinarse varios núcleos ligeros.
De lo expuesto, es fácil colegir que la oportuna explotación y comercialización del litio, en lo posible con valor agregado, (carbonato de litio, litio metálico, hidróxido de litio, baterías de litio) aportaría suficientes recursos, para impulsar el desarrollo económico y social de la nación en su conjunto: cara aspiración de las precedentes y actuales generaciones.
Pero extrañamente el asunto fue soslayado por los gobiernos de turno, al extremo que en unos tres lustros, apenas se ha conocido sólo dos iniciativas estatales al respecto, para colmo de males ambas desafortunadas. Me refiero, por un lado, a la dislocada intención del último gobierno de Víctor Paz Estenssoro, para conceder a la Lithium Corporation mediante “invitación”, la potestad de explotar el majestuoso reservorio durante cuarenta años; por otro, al “falso afán” de la gestión de Evo Morales en la explotación e industrialización del litio.
Aparentemente, los responsables del proyecto oficial en ciernes no dan pie en bola, pese a contar con todas las facilidades del caso: tiempo suficiente, personal en demasía y, sobre todo, respaldo de mil millones de dólares provenientes de las arcas fiscales. A ello se debería el mutismo acerado en relación con el tema, por parte de los voceros y funcionarios gubernamentales. No por nada, entendidos en la cuestión han descalificado los aprestos del régimen, por cuanto éstos carecerían de lógica, metodología, técnica y tecnología apropiadas.
Ojalá mi percepción sea incorrecta y en el fondo las cosas se estén dando de otro modo, porque ya tenemos de sobra con los zumbados fracasos en otras áreas productivas como Enatex y Cartonbol.
El autor es periodista.
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