La educación, considerada como el único camino efectivo para enfrentar exitosamente el consumo, el tráfico y la adicción a las drogas, debe contener todas las experiencias emprendidas para refundirlas en un lenguaje abierto y perceptible para todos y que sea expuesto a los niños de todo el mundo, ahora urgentemente, por la magnitud del vicio, la presión de las mafias y las sofisticadas redes de comercialización. Esta introducción necesaria del problema a los niños debe realizarse entre los 5 y 6 años, con un lenguaje adaptado a su mentalidad, que les produzca una concienciación con la realidad y como una materia pendiente que padres e hijos la deberán absolver; primero con el diálogo en el hogar, sin eufemismos ni prejuicios, y luego en los centros de enseñanza, en directa proporción con el desarrollo de sus facultades mentales.
Con esta acción ningún niño quedara expuesto e indefenso ante este envolvente peligro, pues sembrará en ellos la conflictividad de un problema que atañe a sus vidas, fortaleciendo su seguridad y autoestima al disponer de diálogo constante y supervisión, hasta que puedan encarar el problema por sí solos y superarlo. La solución, aun sintéticamente expuesta no inspira duda, aunque implica un proceso serio y una voluntad colectiva para creer firmemente y apoyarse en la educación, exclusiva fuente efectiva vinculada directamente con las fortalezas espirituales a medida que se adquiere conocimientos y competencia sobre el tema, los cuales se consolidan en las personas como marcos de referencia indelebles que regirán sus actitudes, apoyadas también con una insobornable conciencia moral.
La evolución en los conocimientos del problema generará en los niños, por su recurrente tratamiento, el despertar de su conciencia de protección de sí mismos y motivará, aun en esa tierna edad, la necesidad de constante esclarecimiento y familiarización con la lacerante realidad. Naturalmente, con esta acción imprescindible acortamos los años de felicidad inocente y despreocupada responsabilidad en la infancia de los niños, justificable por la magnitud del flagelo, aunque duela profundamente a los progenitores y a la sociedad responsable.
Estas disposiciones colectivas que se debe asumir, infaltablemente, no son otra cosa que la respuesta eficaz y responsable al desarrollo irrefrenable del problema, el cual está establecido por hechos y estadísticas contundentes y asombrosas, resultados que los indicadores precisos apuntan a los niños como blanco fundamental para el sostenimiento económico de la intrincada red de personajes delictivos y amorales que intervienen en este destructivo y sórdido engranaje.
Por lo expuesto es que, determinado el objetivo y aclaradas las metas económicas y de destrucción biológica y moral de las personas que persiguen los narcotraficantes, no se puede detener la acción de la contraofensiva con miramientos sentimentales o la peligrosa sobreestima personal, argumentando cándidamente, por causa de aquella, que nunca será afectado un hogar por el consumo, la adicción y el tráfico de drogas.
Estas eventuales dubitaciones en la iniciación de la educación de los niños para la familiarización con el problema de las drogas, a partir de los cinco años, así como el infundado sentimentalismo y subestimación al gravísimo mal mundial, son aprovechados de manera cuidadosa y sistemática por los emisarios del vicio, cuya misión es reclutar más consumidores. Y ante condiciones educativas desfavorables para los niños, que desconocen el peligro inminente y la ausencia de educación en el problema, la tarea de los traficantes consigue sus objetivos, entonces ya reside el problema en los hogares.
El autor es abogado corporativo, docente, escritor, autor del libro “Adiós a las drogas”, segunda edición.
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