Herminio Otero Martínez
A lo largo de la historia, el colapso de algunos Estados y la formación de otros nuevos, la violencia social o la pobreza han provocado huidas masivas: esclavos transportados de un continente a otro (unos 12 millones de negros fueron obligados a cruzar el Atlántico entre los siglos XVI y XIX), gente que huye de grandes hambrunas o de una guerra en la que ha sido derrotada, minorías étnicas o individuos perseguidos por causas raciales, políticas y religiosas.
Pero existe otro tipo de viajes para los seres humanos a través de los siglos. Hemos convertido también el camino de la vida en el viaje definitivo sin atisbar que nos conduzca a otro mundo “que es morada sin pesar”, pero de alguna forma nos damos cuenta de que es verdad que “cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar”.
El viaje del ser humano tenía un origen (“Partimos cuando nacemos”) y un sentido (“andamos mientras vivimos”) pero nunca sabía cuál iba a ser su destino cierto, a no ser que coincidiera con el viaje soñado e imaginado que se va haciendo realidad en cada paso. Ahora hay pocos viajeros y muchos turistas. El turista sabe que va a volver al lugar del que partió y va a regresar algo más cansado pero no muy cambiado; el viajero sale y nunca regresará al mismo sitio ni con la misma actitud y vivencia con que partió.
A lo largo de la historia se han ido alternando la prevalencia de dos caminos distintos: uno, como el de Ulises, que sale de Ítaca a Ítaca vuelve: es circular y regresa al lugar de origen; otro, como el del pueblo judío, que es lineal y abierto al futuro: tiene un origen, un recorrido y un destino siempre abierto y distinto a todo lo que se ha vivido. Por eso a Abraham se le promete una tierra nueva, Moisés camina hacia la tierra prometida y Jesús anuncia el reinado de Dios donde se cumplan todos nuestros sueños. Incluso Marx sueña con una sociedad sin clases o Freud con una persona y sociedad libre y sin tabúes.
Desde hace algunas décadas, algunos se sintieron tentados por el viaje de las drogas, que se tenía como liberador de la conciencia y descubridor de apasionados estilos interiores. Algunos encontraron pronto el final del camino, y la gente comenzó a pensar que había que buscar otras formas más asequibles para lograr lo mismo. Frente a los yuppies, amarrados al poder y al dinero, algunos optaron por la vida sencilla y por el movimiento lento…
Entre los que han cambiado de camino están los neorrurales, un creciente número de personas que han decidido mudarse a un entorno rural con la idea de mejorar. Pocos regresan al pueblo para ponerse a arar la tierra de sus abuelos; la mayoría pretende seguir con su profesión o convertir su afición en oficio y creen que se puede vivir mejor, más despacio y con menos. Las nuevas tecnologías han convertido el medio rural en una opción también para arquitectos, abogados, diseñadores, periodistas, escritores… que pueden ejercer su labor en cualquier lugar. Sólo necesitan una buena conexión a Internet.
En la ciudad o en el pueblo, en un mundo cada vez más global y más alcance de todos, seguimos construyendo la vida como un viaje, aunque haya algunos que han de emprender un largo y penoso viaje para poder salvar la vida.
El autor es periodista.
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