El Vicepresidente del Estado ha señalado que la gran batalla política próxima será por el problema de la ética y la moral.
En contexto filosófico, esos términos tienen diferentes significados. La ética está relacionada con el estudio de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad, mientras que la moral abarca costumbres, normas, tabúes y convenios establecidos por cada sociedad. La moral es el modo de ser y vivir que respeta y promueve la dignidad de la persona.
En el actuar político de nuestro medio se acentúan desde hace algunos años las mañas para manipular y alcanzar fines a costa de lo que sea; se compra puestos públicos como en una subasta, donde al final será favorecido el mejor postor, indudablemente vinculado a los jerarcas del gobierno. Mientras esto ocurre, un inocente pueblo está marginado en la miseria, observando cómo corruptos se aprovechan de su nobleza.
La moral no es simplemente un conjunto de reglas para guiar nuestra conducta, es mucho más que eso. Es el modo de ser y vivir que respeta y promueve la dignidad de la persona; es practicar principios como la receptividad, aceptando las críticas a través de los medios de comunicación. Es una obligación moral de todo político decir siempre la verdad a la ciudadanía, no ocultar tras mensajes ambiguos intenciones inconfesables públicamente.
La inmoralidad en la que puede incurrir un político consiste en usar a las personas como instrumentos y objetos con los cuales conseguir otros fines. Una defensa de la dignidad de toda persona, a la que debe sujetarse cualquier acción política, implica la promoción constante de los derechos humanos. Todo político deberá distinguir con claridad lo que son intereses personales o partidistas, de lo que constituyen en verdad fines universales de una comunidad o nación.
Hay quienes viven, como decía Max Weber, de la política y quienes viven para la política. Los primeros se introducen en la vida pública y anhelan los cargos políticos como medios para acrecentar sus arcas particulares; mientras que los segundos se entregan a la vida política como servidores de una causa, ven en el acceso al poder un medio para servir a la ciudadanía; no muestran apego sospechoso al cargo, y expresan con hechos una concepción transitoria de la actividad política.
Oscar Únzaga así enseñó a toda una generación que sigue sus principios e ideales, nos ilustró sobre ética y moral. Una referencia para medir la altura moral de un político cabe encontrarla en este espíritu servicial del poder. Por el contrario, una muestra de la inmoralidad política queda patente en todos los que se sirven del poder para enriquecerse o enriquecer a los suyos, que pisotean leyes y pretenden poder absoluto; se alaban a sí mismos con soberbia, se creen los únicos y los mejores. Qué pena que no hubieran leído “El Hombre Mediocre” de José Ingenieros.
Ética y moral deben ser motivo de un permanente debate; también la corrupción, el narcotráfico y la persecución a través del Órgano Judicial, que son los principales problemas del país y que más avergüenzan a los bolivianos.
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