Formar docentes no es un emprendimiento sencillo porque, además de la imprescindible vocación y entrega total a la transmisión fiel de los conocimientos a los estudiantes, el docente debe remozarse periódicamente, que es el resultado de una evaluación cotidiana, profunda y severa.
Hoy la educación superior debe constituirse en el tránsito fundamental para formar excelentes, honestos e innovadores profesionales, equipados de una visión crítica sobre los desafíos y competitividad en la profesión elegida.
Con la esperada inclusión de la diversidad étnica, la asunción del concepto y la práctica de la interculturalidad por el docente es condición sine qua non (imprescindible), para enseñar, además de sentir y emocionarse con la interculturalidad que engrandece a nuestro país, social y económicamente, erradicando todo atisbo de discriminación. El docente debe integrarse a la psicopedagogía en la educación superior, porque además de constituir un instrumento de valoración de la inteligencia y de las teorías destinadas a la acción en el proceso enseñanza-aprendizaje, la psicopedagogía amplía el entendimiento como metodología, es decir, señala los caminos necesarios a seguir para lograr las aspiraciones sociales, políticas, ontológicas y epistémicas.
La tecnología sobrepuja la iniciativa del docente, proveyéndole de mecanismos informáticos para diseñar cada clase de forma funcional, original y eficiente, evitando la rutina, el abuso de la clase magistral y la repetición memorística, además de crear un elevado índice de atención en el estudiante. Un docente moderno debe estar capacitado para diseñar y hacer diseñar curricularmente su materia, saber conceptualizar la mallas curriculares, establecer las competencias que precisan el contenido del aprendizaje, estructurar los perfiles profesionales, actualizar los contenidos analíticos de la asignatura, comprobando si están cumpliendo los objetivos que determina el mercado laboral y, finalmente, verificar la bibliografía que no debe sobrepasar los cinco años, propiciar en el estudiante el desarrollo autónomo de sus juicios de valor: ese será su mayor logro.
La didáctica desarrolla el aprendizaje, los estilos de aprendizaje, las estrategias de estímulo para el estudiante, el estudio de los colores o neuro-didáctica del color, complementando todo ello con la ayuda de la tecnología informática. Un docente que no comparte y practica la evaluación, sea de seguimiento o emergente para las contingencias de la educación, no está capacitado para enseñar, ya que la evaluación es uno de los elementos determinantes del moderno modelo didáctico por la incidencia en los demás.
La evaluación incesante afecta a los objetivos, contenidos, medios, competencias y relaciones de comunicación y organización. Lo importante de la evaluación, entre otros, es su función diagnóstica porque ella permite saber de qué punto se parte en la docencia, cuáles son los conocimientos previos de los estudiantes, qué tipo de concepciones poseen sobre ciencia, universidad y aprendizaje. Este diagnóstico inicial es imprescindible porque el docente puede propugnar y realizar un aprendizaje que sea relevante y significativo, que se traduce, en otras palabras, en enviar al mercado laboral a profesionales de altísimo nivel y competencia, capaces de dilucidar por sí mismos, cualquier problema o vicisitud científica y práctica de la profesión.
Indudablemente conspira contra estos postulados la permanencia vitalicia de docentes en las cátedras, que si bien les asigna seguridad económica, los fosiliza en sus conocimientos y remozamiento intelectual.
El autor es abogado corporativo, docente, escritor.
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