Economía de palabras
Algunos autores lo estaban previendo: después de la globalización y sus consecuencias, se viene el “devolucionismo” o, como le llaman ahora en Londres, después de la integración viene la “desintegración”.
El experto británico Larry Elliott escribió en The Guardian que el triunfo del “Brexit” en el referéndum británico sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea marca el fin de la globalización, o por lo menos el comienzo de la desintegración.
Si los Estados nacionales no son capaces de manejar sus territorios ni imponer en ellos sus propias políticas económicas, está quedando claro que tienen menos capacidad todavía para abrir sus fronteras a personas, bienes y capitales sin control.
Joseph Stiglitz, premio Nóbel de economía, lo había advertido: la globalización, dijo, llegó cuando los Estados no estaban preparados para manejarse con ella. Sólo las organizaciones vinculadas con las actividades económicas ilegales estaban preparadas para la apertura de las fronteras, porque las habían violado desde siempre
Esto se observa muy bien en Bolivia, donde las actividades económicas ilegales gozan de una legitimidad de facto y lograron incluso manejar el Estado, aunque es muy notorio que sus agentes no saben administrarlo con eficiencia.
Según Elliott, la globalización ha fracasado en garantizar empleo, nivel de vida y bienestar, tres cosas que los viejos Estados de los años 50 y 60 pudieron proteger. Por lo tanto, la gente quiere ponerle fin a la globalización.
Lo que hay que preguntarse desde Bolivia es qué pasa con una globalización que no es producto de proyectos formales de integración, sino de intrépidas actividades ilegales que se pasan por encima de las fronteras sin ninguna dificultad.
La valla que Argentina está levantando entre La Quiaca y Villazón, o el muro que desea construir en el Bermejo, todo para impedir el ingreso de la droga boliviana, o los 15.000 soldados brasileños desplazados a la frontera, con el mismo propósito, parecen señales de que la globalización ilegal también es cuestionada.
Nuestro conocido Regis Debray escribió hace cinco años un libro que entonces tenía un título y un contenido que parecían absurdos: “En defensa de las fronteras”. Si se equivocó con su teoría del foquismo hace cuarenta años, parece que esta vez estaba acertado.
El viento de la historia está cambiando.
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