Se conoce que la alquimia surgió hacia el Siglo III A.C. en la región de Alejandría y desapareció casi por completo en el Siglo XVI. Buscaba obtener la piedra filosofal que permitiera la transformación de cualquier metal en oro. Si bien la alquimia terminó contribuyendo a la química a partir de avances experimentales en técnicas de destilación, preparación de ácidos, fabricación de jabones blandos y procesos metalúrgicos, muchos alquimistas se convirtieron en frenéticos especuladores e incluso acuñadores de monedas falsas.
Hoy en día prevalecen estas dos perspectivas de la alquimia en diferentes campos de la actividad humana, entre ellos, la economía. Por un lado, se puede hablar de una alquimia económica, consistente en “la habilidad de tomar algo que tiene poco valor y convertirlo en algo con un valor significativamente mayor”. De acuerdo con su creador, Paul Zane Pilzer, la tecnología es el mayor determinante de riqueza por cuanto determina la naturaleza y oferta de recursos físicos, la tecnología es determinada principalmente por nuestra habilidad para procesar información y la brecha tecnológica constituye el verdadero predictor del crecimiento económico, tanto para los individuos como para la sociedad.
Por otro lado, también se observa alquimistas económicos interesados en demostrar lo mismo, aunque sin fundamentos sólidos. Este podría ser el caso del enfoque adoptado por el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas (MEFP) para explicar el crecimiento económico con base en la demanda interna en Bolivia.
Dos recientes boletines de prensa del MEFP ilustrarían esta última posibilidad. En el primero, el MEFP sostiene que “la economía boliviana mostró un sólido crecimiento en el primer trimestre de esta gestión, 4,9%”, respecto a similar período en 2015, “según cifras del Índice Global de Actividad Económica (IGAE) publicadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE)”. A continuación, señala que “se aprecia un favorable desempeño de casi la totalidad de los sectores, destacando el fuerte crecimiento del sector minero”. Es más, dice que la minería creció un 10,2%, “que además se constituyó en la tasa más elevada desde 2009 para similar trimestre”.
Esta evolución aparentemente interesante de uno de los sectores estratégicos de la economía se explicaría por la mayor producción de zinc, plata y plomo que crecieron en 15,3%, 9,3% y 36,3%, respectivamente. Como la mayor parte de la producción de minerales se destina al mercado externo, el MEFP da cuenta también de un crecimiento del 7% en el volumen de exportaciones de minerales en el trimestre en cuestión, concluyendo que “el dinamismo de la actividad minera en el país es destacable” si se tiene en cuenta que esto se dio “en un contexto de deterioro de los precios internacionales de minerales”.
En el segundo, el MEFP indica que “el sector manufacturero creció en 6,3% en el primer trimestre respecto al mismo período del pasado año, la tasa más elevada desde 1997…”, atribuyendo este importante resultado al “crecimiento de la producción de alimentos” y “al dinamismo de otras actividades manufactureras” que registraron tasas de 5,2% y 7,5%, respectivamente. Adicionalmente, argumenta que este buen “desempeño del sector industrial también se reflejó en otros indicadores relacionados a éste, como el de su consumo de energía eléctrica, el cual creció en 6,6%, el mayor ascenso en cuatro años, con un importante aporte del consumo de la gran industria”.
Asimismo, al igual que en el caso anterior, los volúmenes exportados de productos manufactureros (principalmente soya y derivados) presentaron un aumento de 37.1% en el trimestre que no fueron influidos por la caída de los precios internacionales de los mismos. Por último, debido a que la participación de la industria manufacturera en la actividad económica nacional alcanza a un 16%, el sector habría incidido en 1 punto porcentual en el aumento de 4,93% del IGAE, “contribuyendo así al sólido desempeño mostrado por la economía boliviana en el primer trimestre del año”.
Existen serios problemas en los hallazgos del MEFP, los cuales están relacionados en gran medida con las limitaciones del IGAE como indicador de desempeño de la economía en el país. En efecto, según el INE, éste constituye sólo una medida aproximada de “la evolución temporal del ritmo mensual de la actividad económica nacional, con cifras preliminares que pueden ser modificadas, en tanto que el Producto Interno Bruto (PIB) contempla un sistema completo y coherente que permite además obtener otros indicadores macroeconómicos resumidos en el Cuadro de Oferta y Utilización (Matriz Insumo Producto)”.
A esto debería añadirse que el IGAE se expresa mediante un índice de volumen físico con base 1990=100, razón por la cual no representa un indicador relevante para una economía altamente extractivista, particularmente en una situación de crisis económica derivada de un descenso de precios internacionales de sus principales productos de exportación.
En este sentido, los resultados del MEFP pueden ser contrastados de manera esencial con los valores de exportación de los productos destacados que revelan para el trimestre en cuestión, también según el INE, en todos los casos un crecimiento negativo. Así, el “alquimismo económico” impulsado por dicha cartera de Estado desnuda los aparentes afanes políticos y meramente discursivos de una tesis (la de la demanda interna) que no da pie con bola para explicar los verdaderos factores del crecimiento económico en Bolivia.
El autor es Economista.
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