Un anhelo largamente acariciado por varias generaciones del pueblo colombiano, como es el restablecimiento de la paz, parece inminente con la reunión y compromisos habidos entre el Presidente colombiano y el representante de las Fuerzas Revolucionarias Armadas (FARC); un compromiso de firmar un acuerdo definitivo en el curso de los próximos meses, luego de cumplirse determinadas formalidades.
Colombia, acompañada por generaciones de todo el planeta, ha soportado una cruenta guerra entre colombianos, hijos de la misma patria tan sólo por la inquina y el odio desatado por guerrilleros que, inicialmente, proclamaron “la búsqueda de armonía entre hermanos de un mismo país y su desarrollo y progreso”; ese anuncio, por efectos del odio, ha sido convertido en lágrimas, dolor y muerte para los colombianos, un dolor y angustia no solamente para las víctimas, más de 200 mil, sino para todo el pueblo que nunca pudo explicarse cómo quienes prometían mejores condiciones de vida y reinado de la armonía entre todos han desencadenado un conflicto que no solamente costó vidas humanas por la acción de las armas sino causó dolor, angustia, luto y lágrimas a miles de hogares y determinó que no haya paz, tranquilidad y seguridad en el país.
La guerrilla colombiana ha causado muchos males a ese país porque ha sembrado odio y muerte, asesinó, secuestró, asaltó propiedades y bancos, comercios y negocios, dividió el territorio y hasta proclamó la existencia de un “estado en guerra” para mostrar su insano poderío. Muchos gobiernos, en más de cincuenta años, han buscado ocasiones para concluir con la nefasta guerra, han ofrecido oportunidades de perdón y reivindicación a los integrantes de las FARC, han buscado la intervención de Naciones Unidas y organismos internacionales con miras a sensibilizar a quienes estuvieron cegados por el odio, a los que buscaron cambios que nunca se podía conseguir con el poder de las armas y menos sembrando muerte y destrucción porque el pueblo jamás los apoyaría. Han reclutado a una valiosa juventud en base a falsas promesas, los han adoctrinado y entrenado, causando más muertes y dolor hasta en sus propias filas. No han considerado que los mismos familiares de los caídos en las luchas sufrían y vivieron esperanzados que la pesadilla termine; pero, de nada han valido las incitaciones, los trámites, las intervenciones de la Iglesia Católica, de instituciones nacionales y foráneas ni los pedidos clamorosos de la población para concluir las matanzas porque más pudo la obcecación, la soberbia y el mal enraizado en los corazones de quienes dirigieron la guerrilla.
Los armamentistas que apoyaron a los guerrilleros y que lograron grandes utilidades con las ventas de armas a las FARC y al propio ejército colombiano, seguramente lamentarán el gran intento de lograr la paz que, finalmente, aceptaron los jefes guerrilleros. Otro de los grandes propiciadores y apoyos de las FARC fueron los narcotraficantes y los productores de droga porque se aseguraron su libre desenvolvimiento apoyados por el dinero y la logística proporcionada por el narcotráfico; en simples definiciones, muchas veces se dijo que las FARC se han sumido en los fondos tenebrosos del crimen y la delincuencia para conseguir sus verdaderos objetivos porque aquellos propósitos iniciales de buscar “paz, unidad, armonía, concordia y desarrollo” quedaron para el recuerdo.
La humanidad en general vivió y sufrió con el pueblo colombiano lo ocurrido en más de cincuenta años; un medio siglo que sirvió para mostrar cómo solamente los partidarios de la muerte en todos los países podían apoyar una guerra civil sin cuartel, una matanza de valores humanos y un despilfarro de bienes en todo sentido con miras a frenar el desarrollo y progreso de un pueblo que, no obstante lo ocurrido, ha sabido salir adelante así sea en medio de lágrimas y luto alcanzando desarrollo y progreso.
Colombia, grande en todo sentido, se nutrió de sus propios dolores y de sus lágrimas para encarar y vencer los problemas del subdesarrollo y la pobreza y alcanzar un sitial notable en el progreso de la humanidad; muchos de sus pueblos lograron altos niveles de vida y progreso en infraestructura; su educación sigue siendo una de las más altas en el continente y así se demuestra por la calidad de sus universidades y de sus programas de estudio y formación no sólo en profesiones sino, sobre todo, en virtudes que supieron hacerlos valores y principios.
Hoy, ante la posibilidad casi inmediata de que, finalmente, se firme la paz definitiva entre el gobierno y las FARC, la humanidad vive la alegría del pueblo colombiano que cosecha los frutos del sufrimiento porque supo enfrentar, en más de cincuenta años, los desafíos de quienes buscaron su destrucción como país siempre digno de los más altos sitiales de paz, armonía, progreso en el concierto de las naciones que hoy apoyan todo lo que concuerde con los intentos de firmar acuerdos que hagan firme y definitiva la paz y la concordia.
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