Economía de palabras
Según el diario brasileño Valor Económico, antes de entrar en la negociación de una ampliación del contrato de compra-venta de gas natural boliviano, en el país vecino desean conocer si Bolivia tiene, de veras, el gas que quiere vender durante los próximos veinte años.
Aquí ya no hay espacio para los pretextos. Que si el informe es de hace dos años, o que los anteriores gobiernos mentían sobre las reservas, nada: vale sólo la verdad. Se debe entregar una certificación, hecha por una empresa conocida, sobre la realidad de las reservas, porque si resultara que no existen las suficientes, pues Brasil tendría que encontrar otra opción.
Cuando comenzó el contrato actual, el gas que Bolivia enviaba a Brasil cubría 70% del consumo industrial de ese país, pero ahora las cosas han cambiado y apenas representa 30%, pero así y todo, en el país vecino quieren saber si existen las reservas suficientes.
De alguna fuente, los funcionarios brasileños consultados por Valor Económico tienen la información de que en 2025 Bolivia no tendrá gas para entregar a Brasil. La pregunta, por lo tanto, es muy pertinente. Con esta clase de cosas, los países no suelen jugar ni tomarlo a la chacota: hay o no hay el gas que se pretende vender.
A este respecto, el doctor en geología Carlos Darlach acaba de describir en una columna de análisis la crítica situación de la industria del gas en Bolivia. El diagnóstico es para ponerse a llorar.
Dentro de quince años, Bolivia tendrá un consumo interno de gas natural de 30 millones m3/d, volumen similar al que se envía a Brasil y al que se debe enviar a Argentina cuando ese país construya el ducto interno que hace falta. Es decir que para cumplir con los bolivianos, brasileños y argentinos, se necesitará una producción de 90 millones m3/d y ahora es de 52 millones.
Darlach recuerda que el último campo descubierto data de 2004 y que todavía no ha entrado en producción, lo que da una idea de los tiempos petroleros.
La propaganda sobre la “nacionalización” de 2006 resultó un suicidio para la industria petrolera boliviana. ¿Cómo explicar a las petroleras que aquello de “nacionalización” era sólo una mentira inventada para los electores? Entonces, por las dudas, esas empresas optaron por no invertir.
Rendirse ahora, poner una nueva piel de tigre en las oficinas de las petroleras, no sirve de nada. El error fue haber inventado la mentira.
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