Eso de que los hijos actúan igual que sus padres debe tener mucho de cierto, porque si de ejercicio democrático se trata, los chicos han salido exactos, un fiel retrato. La caótica democracia nacional, plagada de trampas, mentiras, fraude, alborotos, marchas, destrucción, pobreza intelectual e ineficiencia, está campeándose como un calco en la Universidad Gabriel René-Moreno de Santa Cruz. Porque nada de las especias conocidas pasando desde Bolivia a México y la India, le ha faltado al suculento guiso elector de 1.100 millones de bolivianos anuales, donde se desataron las furias, las iras y las tendencias escondidas de los estudiantes que han paralizado y paralogizado a una buena parte de la ciudad.
Esto no es un asunto de los universitarios cruceños exclusivamente. Tampoco todos los muchachos son unos facciosos. No sólo se destiñe la imagen del insigne don Gabriel René-Moreno, que, en su modestia, seguramente que jamás esperó el alto honor de que una universidad llevara su nombre. Habría que hacerle un acto de desagravio por cierto. Vimos desmanes hasta el cansancio en la UMSA paceña, cuando pasar por el frontis del monoblock era poner la sesera a merced de una pedrada mortal. O como hemos sabido lo ocurrido durante largos meses (¿o años?) en San Simón de Cochabamba, con suspensión de actividades, sobre un asunto que debió ser muy importante pero que ahora no recordamos qué era. Donde tampoco se salva la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca, fundada en el año 1624 de nuestro Señor, cuna de las ideas precursoras de la independencia americana y donde unos mozalbetes hacen lo que quieren.
Significa que la autonomía económica y curricular de que disfrutan las universidades no sirvió de mucho y fue más bien un garrote que se blande sobre las cabezas de todos los gobiernos. ¿Qué es lo que provoca tantos descalabros en nuestras casas superiores de estudio? ¿Qué falta o qué sobra? ¿Es que hay mucho dinero que tienta a los candidatos? Porque algo debe estar muy mal en las universidades nacionales, además de su fobia, si no existe una sola tomada en cuenta en los rankings que hemos visto en los últimos días, de las 500 o 1.000 mejores universidades del mundo o de las 50 mejores de América Latina. ¿Y todavía así hay que soportar tanta tropelía? Las comparaciones son muy odiosas, pero por algo los norteamericanos tienen 8 de las 10 mejores universidades del mundo. Y los chilenos -nuestros referentes para todo- están inmediatamente detrás de Brasil y por encima de Argentina. Y Bolivia no figura ni de muestra. ¿Entonces, qué?
Estas últimas elecciones al rectorado, vicerrectorado y diversas jefaturas, ha sido lo más escandaloso que mente alguna puede imaginar. Si no hubo un muerto en medio de tanta trifulca es por un milagro. Antes de las elecciones los cierres de campaña se vivieron en un jolgorio de alcohol y música impresionantes que han dejado en la población la duda sobre el origen de los dineros para semejante gasto. Curiosamente, pasada la farra, llegó la hora de votar, y quienes estuvieron dedicados a la sandunga en la víspera se convirtieron en verdaderos diablos, desconocieron a los adversarios, reclamaron victorias, lloraron derrotas, pero impusieron la ley de la pedrada, el puñetazo, la patada artera, y sobre todo, un afán bárbaro de destrucción de su propia universidad.
Como no fue posible saber cuáles eran las ideas ni los planes de estudio de los candidatos porque cada uno le hacía lance a los debates, no se entiende cuál es el interés de los postulantes para dirigir los destinos de la casa de estudios cruceña. Los malpensados, que somos muchos, llegamos a la conclusión que aquí se trata de apoderarse de ese botín de guerra que son los 1.100 millones de bolivianos anuales y de repartirlos “equitativamente” entre los partidarios y cofrades. De otra manera no se entiende el fervor suicida que han mostrado los actores.
Las universidades públicas se han convertido desde siempre en un feudo intocable. Ahí sí que funciona la autonomía, pero una autonomía donde nadie responde por rendimiento, superación, y menos por gasto. Seguimos a la cola en formación de profesionales según afirman los que saben, pero somos los abanderados en la propagación de la parranda, el ocio y la violencia. Quienes prefieren las piedras a los libros nunca podrán dar satisfacciones al país.
Sólo queda tener confianza en que la UGRM se sacuda en algún momento y que de entre los buenos profesores existentes, que los hay, aparezca la lucidez, surja un buen rector, alguien con criterio para elegir a sus colaboradores. Entonces sí, los muchachos -varones y mujeres- que deseen estudiar de verdad, zafándose del bandidaje, podrán estudiar en paz.
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