Es la última década el Gobierno ha repercutido, “religiosamente” por su peculiar tratamiento social diferenciador -discriminador- a los que NO coinciden con la forma de gobernar del MAS. El modelo se ha caracterizado por un modo erróneo de “someter” y estigmatizar con criterios morales a los que se permiten, como es su derecho, emitir criterio interpelador a la impronta oficial. Este trato desigual se advierte, entre otros, mediante una despiadada “segregación” moral de los “indignados” ¿Pero, por qué esta maniquea actitud? Veamos.
La doble moral (DM) es un criterio divergente, pretende “sustentarse” en dos (reglas) actitudes diferentes: 1) se dice una cosa y 2) se hace lo contrario. Entonces, se nota nomás una débil acepción de normas que regule las conductas, revitalizando un pasado con fuerza, dando “vida” al oscurantismo de los dogmas, las supersticiones y los mitos de una cultura inmaterial que debilita los principios de tolerancia y libertad vigentes. Por ello, cuando se pretende criticar radicalmente al dogmatismo religioso (católico) lo sustituyen por -otro- la “moral andino centrista”. De ahí que la DM es la combinación de dos mundos (el natural y el sobrenatural), donde el Gobierno consecuente con su mística dicta leyes y sanciones, sobre la base del “todo vale”, eximiendo la base -democrática- pluralista pretendiendo regular las conductas”. Esta DM, en consecuencia, sustenta un mecanismo con sus leyes propias al que se denominó Estado (cuya máxima legitimación metafísica encontraríamos en Hegel).
La DM, entonces, como individuo o institución es inadecuada en democracia. De ahí que el Poder (Gobierno) lo presenta como norma para tratar (caprichosamente) una cosa con otra, -supuestos- contrarios, subsumidos en un modelo disonante. Es decir, -empíricamente- un “líder” de DM permite más libertad a sus adláteres e incondicionales que a otro que le cuestiona. Así, viola el principio de justicia conocido como imparcialidad, admitido cuando se “privilegia” a personas (llunk’us), a medios de comunicación cercanos al Poder, y denosta al otro que opta por su libertad y derecho natural. De ahí los eufemismos como “cártel de la mentira”, “conspiración”, etc.
Diversos “voceros” del Gobierno (y de alguna oposición) denotan indicios de que no tienen el paradigma (modelo) claro, por ello la DM “entrampa” al país. Veamos algunos ejemplos, ¿acaso hablar de un “cártel de la mentira”, cuando el periodismo está garantizado en la CPE, no es DM? ¿Acaso hablar de “extinguir” el caso Zapata, cuando no se aclaró el tráfico de influencias, no es DM? ¿Acaso, anular el referendo de 21f y luego decir que se respetará, no es DM? ¿Acaso cuando se “amenaza” con la pérdida del doble aguinaldo, y luego desdecirse, no es DM? ¿Acaso cuando los cercanos al Presidente (cual mas llun’ku), con facilidad “rotan” en diversos cargos (ministros; viceministros, directores; gerentes; embajadores, etc.) mientras que profesionales indígenas están desempleados, no es DM? ¿Acaso hablar de un crecimiento del 4.5 del PIB y rechazar un bono de 500 Bs a las y los discapacitados, no es DM? ¿Acaso gastar 69 MM $us para postergar el inminente desempleo de casi 2.000 obreros, no es DM? ¿Acaso, como dice Wilson Mamani, “experimentar” con otra empresa textil (de servicios) no es DM? Por ello, ¿qué valores podremos exigir de nuestros hijos en el futuro, si los despojamos de los fundamentales con nuestra patética DM?
El autor es Director del Centro de Investigación, Servicios Educativos y de Comunicación (CISEC).
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