Gloria Martínez (Periodista)
“Miraflores, mi refugio dominguero”, dice Nestor Portocarrero en su letra del tango Illimani. Una frase inspirada en el barrio embellecido por arboledas y flores, donde el trinar de los pajaritos brindaba un concierto natural, dulce y agradable a los oídos; con lugares de ensueño, plazas y parques soleados y tranquilos.
Esta zona, durante la colonia española se denominaba Campos y suministraba a la ciudad de La Paz hortalizas, verduras, frutas y una gran variedad de flores. Posteriormente, fue conocida como el Valle de Poto Poto, habitada por indígenas liderados por el cacique Otorongo. Forma de vida que perduró hasta la era republicana.
La atractiva región, por su ubicación y la calidad de su suelo, mereció la atención del arquitecto Emilio Villanueva, quien a su retorno de París, con una visión vanguardista para su época, diseña la urbanización de Miraflores bajo el concepto de Ciudad Jardín, adaptado a la expansión paceña.
Según su percepción, Miraflores debía ser una zona médica, administrativa, universitaria, deportiva y recreativa. Con esa intención en los años 30 diseñó y dirigió la construcción del estadio Hernando Siles.
Hasta entonces las viviendas eran de adobe, de un sólo piso y se alzaban al centro de las chacras. Al surgir el primer campo deportivo importante de la ciudad de La Paz, por sus alrededores se empezaron a edificar las primeras casas de dos pisos habitadas principalmente por periodistas y algunas familias japonesas. Por aquella época también se levanta el templo de las Madres Concepcionistas.
Igualmente, queda en la memoria de antiguos habitantes que recibieron la información de sus ancestros la historia de románticos paseos por rincones pintorescos en las tibias tardes de septiembre en el Tranvía que recorría la zona, por la avenida Saavedra.
Otro lugar de esparcimiento y deportes para la familia era la plaza Villarroel, que antes de la Revolución de 1952 era un terreno baldío. Posteriormente, por su amplitud, áreas verdes, canchas deportivas, juegos infantiles, además del museo de la Revolución, hicieron de ella un gran atractivo para nacionales y extranjeros.
Hoy esta área se halla cercada por calaminas, al igual que la plaza San Martín, que también ofrecía intereses similares, más un tramo de la avenida Busch, donde se están edificando las estaciones de lo que será la Línea Blanca del teleférico; con un alto componente de incomodidades y malestar para los habitantes de esta zona, tanto para los transeúntes como los motorizados, que por un buen tiempo deberán soportar cambios de rutas, cortes eléctricos, desvíos incómodos, entre otros.
Hasta hace cuatro décadas, a excepción de la avenida Busch, las calles no conocían el asfalto, eran de tierra o piedra. Sin embargo, era más fácil circular de a pie, porque la superficie era uniforme. Al momento, gran parte de las aceras de la zona están deterioradas, tanto por falta de mantenimiento como también por malos rellenados y la baja calidad del material usado a la conclusión del tendido de las instalaciones de gas domiciliario, que causaron pequeños boquetes que son como tramperas que provocan tropiezos y caídas.
Este barrio, que es uno de los más tradicionales de la ciudad de La Paz, aún concita la atención de visitantes por sus peculiaridades como el pequeño Big Ben, ubicado en la plaza Uyuni; el templete semisubterráneo, realizado con ornamentos propios de la cultura tiwanakota y con la réplica del monolito Benett al centro de la plaza arqueológica y que hacía juego con el frontis original del estadio Hernando Siles, que también tenía motivos del estilo neo tiwanakota, hoy inexistentes.
Así también, el Jardín Botánico, que es todavía un lugar de distracción y halago a los ojos por su riqueza vegetal. Con una amplia área verde compuesta de variedades de árboles y sorprendentes especies de flores, al que concurren personas de todas las edades, especialmente parejas de enamorados en busca de un ambiente armónico y apacible.
Ya en los límites de Miraflores con la zona central, está el Mirador de Laikakota, que se levanta sobre una falla geológica y que proporciona a la ciudad espacios recreativos con juegos para niños, paseos y una vista interesante de una parte de la ciudad de La Paz.
Así como hay cosas que perduran otras se diluyen en el tiempo, como la presencia de un característico personaje miraflorino: moreno, algo delgado de rasgos grotescos, al que llamaban “Manucho” y que a mediados de los años 60 se paseaba por “la Busch”, casi siempre vestido con un pantalón negro ancho y una chompa café, piropeando a las cholitas que llevaban a pasear y jugar a niños y mascotas.
Aunque el hombre no era agresivo, los niños le tenían miedo por su aspecto desaliñado. Este mismo personaje, que por varios años rondaba la zona, era el infaltable en las bodas de la Parroquia de la Virgen de Pompeya. Medio oculto y ubicado a la salida, echaba arroz y pétalos a los recién casados y como si fuera una pícara travesura se alejaba corriendo y riendo. Nadie sabe cómo y cuándo desapareció.
También los jóvenes de los años 70 no pueden evitar un suspiro al recordar las tradicionales fiestas de carnaval del grupo“508” y el entierro del pepino en la vera del río de la final Paraguay o las fogatas con propuestas creativas como ser carrozas, animales y muñecos de madera, que luego eran quemados por varias horas en una hoguera que ardía lentamente para deleite de familiares y amistades que disfrutaban de comer, beber ponches y jugar con “estrellitas”.
Aunque intimidantes también eran característicos de Miraflores “los marqueses”, grupo de hombres y mujeres que circulaban en imponentes motocicletas y anunciaban su presencia por el ruido ensordecedor de sus relucientes máquinas.
Estas y otras evocaciones de la plácida y encantadora zona de Miraflores se fueron evaporando en el tiempo.
La Miraflores de hoy, cosmopolita y progresista: es una zona de hospitales, múltiples funerarias, universidades, colegios, restaurantes, discotecas, karaoques, modernos supermercados y el principal campo deportivo de la ciudad de La Paz: el estadio Hernando Siles, donde que no sólo se realizan eventos deportivos sino también conciertos.
La avenida Busch, al igual que otras calles y avenidas, poco a poco se están convirtiendo en un bosque de cemento por el conglomerado de edificios de muchos pisos que, por la sombra que generan, dan un aspecto sombrío y gélido.
Pero el principal motivo que actualmente quita el sueño a los miraflorinos y determinará un cambio importante en su vida y costumbres, es el funcionamiento de la Línea Blanca del teleférico.
Que no sólo produce susceptibilidad en la gente por la pérdida de su privacidad, sino que fundamentalmente se cambió el rol para el cual fue proyectada la avenida Busch: de área de esparcimiento a área de circulación frecuente y pública, donde el tránsito permanente de usuarios le quitará el carácter de paseo, nadie sabe si se mantendrán las plantas que hasta hace poco eran los pulmones de esta avenida, alterándose inclusive el hábitat de las pocas aves que todavía vivían en los frondosos árboles del lugar.
Al parecer, quedará también en la añoranza la intención del urbanista Emilio Villanueva de convertir Miraflores en un Barrio Jardín. Asimismo, el simple disfrute de pasear y confraternizar con los vecinos en los jardines de la imponente avenida Busch, el orgullo de los miraflorinos.
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