Imagino que no va a faltar algún oficialista que me quiera estigmatizar como “chilenófilo”, lo que en estos tiempos es un baldón para cualquier boliviano. No soy “chilenófilo” pero tampoco soy un anti-chileno porque no creo que el problema marítimo sea una cuestión entre los dos pueblos, sino un conflicto entre estados. Chile nos arrebató el mar en una guerra deliberada, tuvimos que firmar un tratado de paz injusto, quisimos que la injusticia fuera menos dura y que los chilenos nos cedieran un espacio en su larga costa, quisieron primero y lo negaron después, y ahora las cosas están como están: aflorando ira entre ambos países.
Aclarado para quien crea que soy un boliviano inconsciente y poco patriota, me atrevo a decir que Bolivia está empeñada en una diplomacia alborotadora que no nos va a dar buenos resultados. Me abstengo de un propósito expreso de atacar al MAS, a S.E., al canciller, a todo el Gobierno, a los que he criticado desde hace una década, para expresar que nos está faltando seriedad en estos últimos meses. El remate han sido los insultos (mutuos por supuesto), el twitter de S.E., y el extraño viaje del canciller Choquehuanca, a “inspeccionar” los puertos de Arica y Antofagasta.
Si se trataba de provocar e indignar a nuestros vecinos, el canciller lo ha logrado. Pero a muy alto precio porque quien va a una casa donde no está invitado, lo tratan mal. Hemos logrado irritar a toda la clase gobernante chilena, pero también a su pueblo, lo que es grave. La pena es que no sólo ha sido un error boliviano lo que ha sucedido con los insultos, el twitter de S.E. y lo que Chile ha entendido como una operación comando del canciller, sino que del otro lado está como ministro de Relaciones Exteriores un hombre que no ha demostrado ser muy ducho en el manejo diplomático con Bolivia, persona exaltada, intolerante, que no conoce a nuestros actuales gobernantes. Luce una máscara pétrea, de fastidio con los bolivianos, que lo transmite por los medios a sus compatriotas. Claro, así, parece que estuviéramos al borde de una guerra.
Chile estuvo feliz durante el primer lustro de administración de S.E. porque los bolivianos estábamos papando moscas con la famosa Agenda de los 13 puntos sin exclusiones, pero donde se excluía hablar del mar, aunque el mar estuviera agendado. Este plácido tiempo duró hasta cuando el presidente Piñera llegó a La Moneda y los nuevos inquilinos dijeron que Chile no estaba dispuesto a otorgar una salida al mar con soberanía a Bolivia. Estábamos en Santiago por aquellos días y me sorprendí de semejante cambio. Escribí sobre el tema en el diario La Tercera y sin ser brujo anuncié que vendría un encontrón terrible si Chile continuaba en esa posición de retroceso y desconocimiento de su historia diplomática.
Evidentemente que se armó la de San Quintín en cuanto las autoridades chilenas hicieron oficial esa decisión. S.E. se lanzó por el único camino que cabía y que cabe: recurrir a La Haya. Eso significaba abandonar la inútil Agenda que tantas visitas de escritores, artistas y hasta militares, había producido, dizque para que bolivianos y chilenos nos conociéramos mejor, como si nos hubiéramos presentado recién en este milenio. Al principio a muchos compatriotas -yo entre ellos- nos pareció absurda la idea de recurrir al Tribunal de La Haya, pero luego comprendimos que era lo mejor porque Chile no nos dejaba otra salida.
Las cosas iban muy bien ya que el Tribunal había aceptado la demanda nacional y porque existía un ánimo de franco optimismo que aún subsiste. Pero empezaron los primeros agravios de ida y vuelta. Chile decía que nada había que hablar si se lo enjuiciaba internacionalmente y Bolivia no quería guardar obligado silencio mientras los ilustrados juristas de La Haya meditaban pacientemente. El ex-Presidente Carlos Mesa viajó a Chile invitado por el canal del Estado y defendió magistralmente la historia de las negociaciones boliviano-chilenas, al extremo que la opinión pública del país vecino tuvo comentarios elogiosos o por lo menos respetuosos hacia el expositor. Ese era el camino a seguir.
Sin embargo, con las discusiones por el Silala, de los agravios se pasó a los insultos, donde es pan diario que S.E., el Vice, los ministros, los parlamentarios, se refirieran a los chilenos como a “piratas”, “ladrones”, “asaltantes” y otras lindezas. El canciller Muñoz contesta ofensas también, pero la presidenta Bachelet no ha entrado en el bochinche con suma prudencia. El twitter de S.E. funcionó lo suyo, con el riesgo de que alguien le conteste cualquier barbaridad. Desde que S.E. se lesionó de la rodilla hay que temblar porque su twitter no ha dejado de emitir mensajes, lo que resulta peligrosísimo.
Y llegó lo más grave, que fue el riesgoso viaje del canciller Choquehuanca a Arica y Antofagasta. Pareciera que fue en busca de provocación, porque el retorno ha sido triunfal y todas las autoridades que lo acompañaron están declarando en todos los canales de Tv sobre la hazaña. Quiso hacer un acto patriótico junto al mar y resultó que los chilenos lo maltrataron con un plantón de seis horas entre barrotes antes de permitirle el ingreso al puerto de Arica, como si se tratara de un chofer más de los que están haciendo cola en las carreteras. Ni cantando la Marcha Naval en Antofagasta, con el coro oficial de fondo, se puede justificar el desacierto. La verdad es que se ha cometido un disparate que no debiera repetirse. Y nada bueno se ha conseguido con el viaje. Para colmo, ese paso no favorece ni un ápice en nuestro pleito en La Haya.
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