Comportamientos sociales y religiosos

La naturaleza de la existencia humana no puede ser exclusivamente en la lógica social. Está más allá, en los lindes de la externalidad. Las mayores concepciones que posee se remontan al espíritu y a la conciencia.

Sus regulaciones, entonces, están fuera de cualquier legalidad o exceso, conciernen exclusivamente a lo más excelso que tiene la intimidad. En estos casos, las únicas fuerzas sustentables son las religiones.

En el mundo occidental, que es en el que perduramos, el cobijo al que podemos acceder es la Iglesia Católica, que mantiene su puridad ortodoxa. Hay otras, por supuesto, muy respetables, pero habría que considerar si no incurren en algún grado de materialismo.

Obviamente, ello no está sujeto a exigencias concienciales. Hay que dejarlas ahí, donde están, con el respeto que merecen para gozar de su propia dignificación.

En cuanto a los que se suscriben a la Iglesia Católica, se observa que tratan siempre de guardar las mayores consideraciones a sus doctrinas y praxis. Es probable que más de una vez se empeñaran en discernirlas, aun estando conscientes de sus limitaciones.

Si se hubiera incurrido en ello, los católicos no habrían cometido pecado alguno, pues uno de los grandes atributos de los que se halla revestida su doctrina es la libertad, en todos sus rasgos y magnitudes. Por tanto, se puede concluir que no están a expensas de sometimientos ni rigores.

Tienen el consentimiento de deambular por todas las libertades que conciernen a la mente, que en el fondo es la conciencia. Ésta no diagrama los límites, pero para los católicos es el freno que internalizan, aunque todo sujeto a la voluntad individual, en todo caso la concilian con la fe que libremente han optado profesarla.

El ideal de la adscripción a una religión es o debe ser voluntaria, jamás impuesta, porque perdería su calidad de tal. Simple y llanamente, se tornaría en militancia, que tiene otros contenidos distintos a la fe, pues se trata de una acción externa y no el resultado de una concepción íntima, personal, ajena a imposiciones o siquiera a incitativas.

A modo de conclusión se puede establecer, en consecuencia, que la fe católica se halla estrechamente ligada a la libertad. Se la opta de forma voluntaria y, por tanto, se la ejerce también a voluntad individual, sin que haya alguien que le exija, mucho menos que tenga que cumplir algún imperativo en el orden social.

De esta manera, la libertad alcanza al mismo tiempo la plenitud de su concepción ideológica y de su práctica en la vida de los seres humanos. Es cierto que se la puede vulnerar, inclusive atropellar, pero el tiempo se encargará de demostrar que es perenne, consubstancial a la existencia de por lo menos toda una civilización.

Este es, felizmente, el privilegio que tienen los habitantes del planeta Tierra, es decir que disfrutan de la libertad más absoluta. Por supuesto, cabe entender que es, en muchos sentidos, la gloria de la vida terrenal, de lo que disfrutan todos los componentes de ella, por tanto de los católicos.