Martín Santiváñez Vivanco
Un factor esencial de unidad nacional en todos los países latinoamericanos es el cristianismo. La Iglesia católica ha forjado la identidad cultural de Latinoamérica y el mestizaje fue posible -continúa siendo posible- gracias a un ethos común que favorece la integración. Este mestizaje, Alfa y Omega de todo lo latino, no solo es la nota esencial de nuestra historia; también se presenta como un permanente motor de desarrollo, porque es una variable fundamental para comprender el pasado, el presente y el futuro de nuestros países. El cristianismo nos une por encima de todo aquello que nos diferencia y su capacidad regenerativa se extiende a todos los órdenes sociales, dotando de sentido trascendente la búsqueda del bien común.
El Perú no es ajeno a esta realidad mestiza. Víctor Andrés Belaunde decía que el Perú es la síntesis viviente de la tradición incaica y la tradición hispánica, y que el mestizaje que caracteriza al país no solo se presenta en el plano material. También tiene una base trascedente conformada por los valores del cristianismo. Estos valores se materializan en las vidas de mujeres y hombres concretos, seres que plantan su tienda en medio del mundo, y construyen la nacionalidad de los pueblos latinos. El Perú, joya predilecta de la monarquía hispánica, tiene en su escudo el nombre de cinco santos que contribuyeron con sus vidas a la forja de la peruanidad.
Todo esto nos ha sido recordado a los peruanos por una excelente publicación de Telefónica del Perú en un libro titulado, precisamente, “Los cinco santos del Perú” prologado por el cardenal Juan Luis Cipriani Thorne. El Arzobispo de Lima tiene razón cuando nos recuerda que “los santos son aquellos seres humanos que transparentan la luz de Dios, dejando una huella indeleble en la tierra. Son hermanos nuestros, de carne y hueso, a quienes debemos imitar […] ¡Qué alegría saber que pisamos las huellas de estos santos que nacieron o vivieron en el Perú; que caminamos por sus mismas calles, que contemplamos su mismo cielo, que respiramos su mismo aire, que enfrentamos desafíos parecidos!”.
Santa Rosa de Lima, la primera flor de santidad en el Nuevo Mundo; San Martín de Porres, el santo de la unidad y el mestizaje; San Juan Macías, Patrón de los inmigrantes y abogado de las almas del purgatorio; San Francisco Solano, el santo del rabel, sol y año feliz del Perú; y Santo Toribio de Mogrovejo, el apóstol de la evangelización, son los cinco santos constructores de la peruanidad que sembraron unidad y mestizaje, solidaridad y comprensión, cristianismo y nación. Comprender la esencia cristiana de un país como el Perú contribuye también a definir el futuro de todos los latinos. Latinoamérica no es una región carente de pasado. El cristianismo ha modelado su historia hasta el punto de definir su identidad. De la misma forma en que los santos de ayer dejaron una estela clara de virtud, los cristianos de hoy, mujeres y hombres llamados a la santidad de la vida diaria, tenemos que comprometernos con el desarrollo de nuestros países, sin temores (ne timeas) y con la plena convicción de que así honramos con nuestras vidas la bella herencia de los cinco santos del Perú.
El autor es Decano de la Facultad de Derecho y Relaciones Internacionales de la Universidad San Ignacio de Loyola (Perú, USA, Paraguay).
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