El Papa Francisco, en oportunidad que puede, reclama que el mundo encuentre los caminos para una paz duradera. A fines de junio, en su visita a Armenia exhortó para que las relaciones tensas existentes entre Turquía y Azerbaiyan terminen mediante una reconciliación que “excluya la fuerza engañosa de la venganza por los conflictos del pasado”. Pidió, especialmente a los jóvenes, “trazar senderos nuevos que transformen el odio en proyectos de reconciliación”.
Su mensaje, dirigido a todos los países a través de su visita y preocupado por las tensiones existentes en países del Cáucaso, dijo: “Hará bien a todos comprometerse para poner las bases de un futuro que no se deje absorber por la fuerza engañosa de la venganza”. Dijo también, “Que Dios bendiga vuestro futuro y haga que se retome el camino de reconciliación entre el pueblo armenio y el pueblo turco y que la paz brote en Nagumo Karabaj”.
Las palabras del Pontífice son expresión de la vocación cristiana por conseguir, en todo tiempo y en todos los lugares del mundo, los beneficios de la paz que no sólo implican la ausencia de conflictos armados sino el avance de la civilización con mejores condiciones de vida para todos y con perspectivas de construir un futuro en el cual se destierre totalmente las condiciones de odio y recriminaciones que sólo acarrean conflictos, enfrentamientos y guerras donde mueren miles de personas.
Lo expresado en Ereván es mensaje que toca a todos los países y muy especialmente a quienes propugnan los conflictos armados como medio para la solución de problemas y situaciones limítrofes cuando se puede y debe recurrir al diálogo, único sistema positivo que permite reconciliación, armonía y encuentro fraternal entre todos.
La Iglesia, en más de dos mil años, siempre propició que los pueblos encuentren condiciones de paz e hizo votos porque los gobernantes que hacen mal uso de los poderes otorgados por los pueblos y recurren a sistemas y métodos que desconocen los derechos humanos y atentan contra la seguridad y tranquilidad de comunidades que buscan vivir en paz y construir su futuro en condiciones de armonía. El Papa, consciente de los yerros que cometen muchos gobiernos, nunca ha vacilado en condenar todos los actos que impliquen desconocer la dignidad y derecho de las personas y ha invocado que la conciencia de cada persona que posee poder determine conductas acordes con la vida desterrando todo lo que puede ser discordia y enfrentamientos que conduzcan a despreciar la vida.
El mensaje papal podría caer muy bien en países como Siria, Irak y otros que mantienen estados de guerra; mucho más en los pueblos que son gobernados mediante el uso de la fuerza y en los que se desconoce sus propias legislaciones y abandonan principios de amor y concordia para cometer abusos de toda naturaleza.
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