II
Jorge Riechmann
La pauta que aparece con la “revolución verde” es pérdida de calidad nutricional a cambio del aumento de cantidad y el incremento de desigualdad con las consiguientes carencias de micronutrientes. Por eso, apostar por una “nueva revolución verde” basada en plantas transgénicas no parece una buena solución al problema: la erosión genética y la pérdida de biodiversidad que conduce a la malnutrición continuarán; “enriquecer” las variedades transgénicas con uno o dos micronutrientes no resolverá por lo general el problema, ya que las carencias habitualmente son múltiples y cruzadas; las fuentes naturales de vitamina A abundan incluso en los países más castigados con esta carencia, lo que remite a soluciones más “culturales” que a cambios tecnológicos; sin abordar el problema de la pobreza, lo poco ganado en un terreno se manifestará como nuevo problema en otro.
Un enfoque racional del problema lleva a aumentar la biodiversidad en los cultivos y la variedad en las dietas, más que a fiar en las promesas del “arroz dorado”. Un programa internacional se orienta a introducir entre los campesinos del África subsahariana -donde cientos de miles de niños menores de 5 años padecen ceguera por deficiencia en vitamina A- variedades de boniatos adaptadas al clima y los gustos africanos. Los boniatos son ricos en beta caroteno, y sólo con incorporar pequeñas porciones de estas nuevas variedades a la dieta africana habitual se eliminan las deficiencias en vitamina A. Las soluciones más sencillas son preferibles a la agricultura high-tech: en esto, una noción clave es la de resiliencia.
Indicaba Pedro Prieto que “si en algún momento nuestra orgullosa civilización colapsase los productos transgénicos que ahora se hacen prevalecer frente a las variedades tradicionales, sin el apoyo de la agroindustria, terminarán perdiendo la batalla de la supervivencia frente a éstas. Lo mismo para todas las especies vegetales amañadas por aprendices de brujo de universidades, laboratorios y centros de investigación de grandes corporaciones, que no podrán ganar la batalla a campo abierto de las especies cuyo experto manipulador ha sido la naturaleza durante milenios”. Un sistema agroalimentario dependiente de los combustibles fósiles ¿puede ser considerado viable en la era del peak oil? ¿La sensatez no aconseja orientarse hacia la agroecología, producción local, soberanía alimentaria, la resiliencia en el terreno de los productos del campo?
En las turbulencias del Siglo de la Gran Prueba, poner nuestra alimentación bajo el control oligopólico de megaempresas es todo menos una buena idea. En el mundo de calentamiento global, descenso energético y conflicto humano acrecentado que es nuestro mundo real del Siglo XXI, nada más disfuncional que el capitalismo. Cuanto más tardemos en entenderlo y en poner fuera de juego a las elites nihilistas que están al mando, peor será el desastre.
El autor es Ecologista y profesor Universidad Autónoma Madrid.
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