Economía de palabras
Los pedidos que hace el presidente Evo Morales para tener una reunión con la presidente de Chile, Michelle Bachelet, están adquiriendo tono de súplica y de humillación.
Esta actitud es, además, contradictoria con la que tiene el canciller David Choquehuanca, que quiere convertirse en el héroe del río Lauca y habla de derramar sangre en esas cristalinas aguas.
Quizá estos mensajes tan dispares obedezcan a la “diplomacia de los pueblos”, que el presidente Morales decidió aplicar cuando se abrazaba y jugaba al fútbol con el derechista Sebastián Piñera.
Pero es una actitud confusa. Tres expresidentes chilenos definieron el pedido de una cumbre Bolivia-Chile que hace Morales como “un chiste”, pero él insiste y sigue pidiendo la reunión.
Tanto ajetreo en los dos escenarios paralelos pero contradictorios de la “diplomacia de los pueblos”, de súplicas y desafíos, no deja tiempo para temas importantes, como el de los corredores interoceánicos en los que Chile está tomando ventaja.
Una nueva reunión, realizada en Campo Grande en los últimos días de julio, volvió a marginar a Bolivia del corredor del sur, que unirá Mejillones con puertos brasileños pasando por Argentina y Paraguay. Cuatro países vecinos que optan por excluir a Bolivia de un corredor que, en la práctica, ya está operando. Sólo falta completar 100 kilómetros de carretera en territorio argentino para que sea más expedito.
Quizá el error del gobierno boliviano, además de la incoherencia, sea el prestar demasiada atención a las apariencias, a los golpes de escena, y olvidar lo verdaderamente importante.
El año pasado, Perú y Brasil habían anunciado un corredor ferroviario que también excluiría a Bolivia, con financiamiento chino. Los esfuerzos del presidente Morales por lograr que el país sea incorporado en el proyecto tuvieron alguna atención del presidente Ollanta Humala, pero quizá ahora, con el nuevo gobierno peruano, haya menos esperanzas.
Ahora que al presidente Morales sólo le quedan dos amigos de la misma corriente en América Latina: Nicolás Maduro y Andrés Ortega, que no son muy recomendables que digamos, podría pensar en hacer un giro, similar al que ha hecho en la política petrolera, de 180 grados, pero en la política exterior.
Tendría que comenzar por ocuparse de los verdaderos intereses del país.
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