Fue el padre Sebastián Obermaier quien en algunas oportunidades mostrando cierta apatía ante la importancia que tiene la terminal área de La Paz, y a lo que ésta representa, vino a denominarla como: “aeropuerto para los ricos”. Y vaya que no dejaba de tener razón. Según parece, no le interesaba mucho porque él no era ni de lejos un consuetudinario viajero mediante aerolíneas. La evocación que se hace presente en nuestra mente nos sirve para destacar que este sacerdote querendón de El Alto eligió vivir en medio de la sencillez e incluso las privaciones buscando seguir el ejemplo del Divino Maestro, hasta que llegó un momento en que su corazón le dijo basta para así cumplir con lo que alguna vez había manifestado: morir en dicha urbe.
Las gentes que lo querían y apreciaban, que son los más, lloran su súbita partida que, nos atrevemos a decir, deja en una especie de orfandad a la joven ciudad por la que aún se tiene mucho por hacer en todos los campos del quehacer humano. Aún lo recordamos con un rostro que siempre esbozaba sonrisas a toda la gente, y más aún a quienes cumplían sus deberes como buenos hijos de Dios. Él fue quien conoció a todos y cada uno de los vecinos de su parroquia, a los que daba la bienvenida en persona. Como resultado de las necesidades habitacionales cada año determinada cantidad de familias se trasladaban hasta la urbanización de Villa Adela para echar raíces ahí. Y una de tantas mañanas alguien golpeaba la puerta de la vivienda de los recién llegados y al abrirla se encontraban con el rostro sonriente del “padrecito” del lugar, el mismo que bendecía el inmueble, solicitándoles luego a los nuevos vecinos hacerse presentes cada domingo en la santa misa de la parroquia “Cuerpo de Cristo”, la cual era muy concurrida. Luego montaba su bicicleta y se dirigía a otros inmuebles. Era una verdadero “pescador” de almas.
Definitivamente fue un impulsor para el desarrollo y progreso no sólo material de El Alto, sino que también trató de insuflar e inculcar en sus fieles aquellos valores espirituales que por entonces ya comenzaban a ser dejados de lado, y mucho peor hoy al experimentar una serie de situaciones sobre las cuales él, con seguridad, se sentía impotente al no poder hacer mayor cosa frente a una sociedad cada vez más “enloquecida”. La mordida de un can a cualquier persona era atendida por el padre Sebas, como se lo conocía cariñosamente, al igual que rasmillones, fracturas, peleas, riñas, que se suscitaban. Sufrió hasta bofetadas por parte de alguna persona irascible, insultos, amenazas, pero no le arredraba nada.
Recorría iglesia tras iglesia, “a todo vapor”, en su motorizado con la finalidad de oficiar todas las misas en su horarios respectivos de manera puntual. Impuso la guitarra en este oficio religioso, cantaba, y pedía que todos contribuyan con algo más del “pesito”, ya que, aseguraba, “gastan mucho más en las borracheras”. Algunos solían decir que irían a la misa del padre Obermaier “para bañarse”, pues era bien sabido que, portando un balde de agua virtualmente “bañaba” a todos en el momento de la bendición, algo que le sucedió incluso a un ex Presidente, uno de cuyos edecanes tuvo que sujetar rápidamente la mano del clérigo antes de que lo “bañe” por completo.
También lo veían midiendo extensos terrenos que eran baldíos, personalmente, y luego ya comenzaba a construir iglesias o centros médicos en los mismos, lo que valió que algunos lo califiquen como “loteador”. Hubo inclusive quien, quizá intencionalmente, dirigiéndose a él le dijo “Padre Doberman…”, repitiéndolo un par de veces, hecho que no le causó ningún enojo, pues bien sabía que ciertas personas hasta por molestarlo lo tachaban como “nazi” por su origen alemán.
Estimamos que fue quien ofició las primeras misas para canes en Bolivia en su querida parroquia durante la festividad de San Roque cada año. Curiosamente, los perritos no peleaban dentro del templo y por el contrario daba la impresión de que escuchaban el oficio religioso, para luego recibir la bendición. En fin, se puede decir y escribir mucho más sobre éste sacerdote, pero eso será parte de otra nota. Simplemente nos resta decir: ¡descanse en paz, querido Padre Sebas!
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