Entre los numerosos actos oficiales realizados en agosto de 1925 conmemorando el primer centenario de la República estuvo la solemne inauguración del monumento a Simón Bolívar en la plaza Venezuela de nuestra ciudad.
Este acontecimiento congregó a toda la ciudadanía para admirar la obra que había llegado desde Francia así como también presenciar el acto que las autoridades habían preparado con este motivo. Gendarmes de la Policía formaron cordones de seguridad con el fin de evitar el ingreso a la parte central.
Delante del monumento se formó un gran proscenio cubierto por cortinajes de terciopelo rojo con cordones dorados, numerosas coronas de flores y cinco escudos de las naciones bolivarianas. En la parte superior de la plataforma construida a modo de galería para los invitados y personajes, se ostentaba las banderas de las 21 naciones americanas que en ese día de agosto flameaban, mostrando todo su colorido y esplendor. Un selecto grupo de damas y caballeros, juntamente con todo el cuerpo diplomático y miembros del gobierno llenaron las tribunas que presentaban un aspecto imponente y señorial.
Alrededor de la estatua se había colocado unas bellísimas palmeras traídas expresamente desde la Isla de Santa Marta para plantarlas a los pies del Libertador.
Las bandas de los regimientos que formaban guardia de honor ejecutaron el Himno Nacional, al mismo tiempo el Dr. Bautista Saavedra se aproximó al monumento y tirando de una cinta tricolor descorrió e hizo caer la bandera boliviana de seda que cubría la estatua ecuestre, mientras todos los presentes permanecían de pie y con la cabeza descubierta, presentando armas los regimientos Bolívar y Sucre.
Una vez que la estatua fue descubierta, el público pudo admirar la perfección de la obra realizada por el gran escultor francés Freniet. La concurrencia aplaudió frenéticamente la magnífica presentación tanto del jinete como del caballo, quien con la cabeza airosamente levantada parece dirigir su mirada al cielo, donde algo atrae su atención, demostrando con su postura el orgullo de portar tan preciada carga. El Libertador, a su vez, con la espada dirigiendo sus tropas al campo de batalla, muestra su mirada de águila, el resplandor de la victoria y una hermosa figura varonil, prototipo de la hombría americana.
Descubierta la estatua ecuestre y concluida la ejecución del Himno Nacional, el Sr. Eduardo Diez de Medina, ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país, en brillante y fervoroso discurso alentó el patriotismo emocionado de todos los concurrentes. A continuación los diferentes embajadores visitantes hicieron la entrega de artísticas coronas de flores y una de bronce y oro donada por la embajada del Brasil.
Cerrando con broche de oro esta grandiosa ceremonia, representantes de las naciones bolivarianas enterraron alrededor del monumento la tierra traída en bolsas de los lugares donde se efectuaron las grandes batallas de Bolívar: Pichincha, Carabobo, Junín y Ayacucho, este acto fue saludado con ovaciones estruendosas por todo el público en las tribunas.
Durante todo ese día memorable, ciudadanos de todos los barrios paceños acudieron a admirar el hermoso monumento, grupos de estudiantes, sociedades cívicas y gremiales hicieron presentes bellas ofrendas florales.
Los aviadores nacionales Peña y Lillo y Vargas Guzmán al igual que otros pilotos de los aviones Fokker Junkers, Haeberli Y Neuebopen rindieron su homenaje surcando los aires encima de la ciudad, dando vueltas en círculos alrededor del monumento, acto que fue recibido con gran júbilo por el público que se hallaba en esos momentos en el Prado y la plaza Venezuela. Llegada la noche de ese día, toda la antigua “Alameda”, la misma que fue pavimentada y entregada al tráfico público ese año, como parte de los festejos del centenario, fue iluminada “a giorno” con más de 100.000 focos de colores, presentando un aspecto fantástico. Las bandas de música del ejército dieron una retreta, mientras el público apreciaba los hermosos fuegos artificiales traídos desde el Japón por conocidas familias japonesas de esa época, propietarios del comercio japonés como los señores Yamamoto, Yosida, Ogosi, Komori y Kionary.
Así se ejecutó el deseo de los paceños de contar con un monumento al Libertador. Lamentablemente la incultura, el desconocimiento de las verdaderas tradiciones paceñas y el deseo de cambiar todo hacen que hoy el monumento carezca de toda personalidad. Un sitio tan hermoso ha perdido todo el esplendor. De su belleza inicial casi nada queda. Las cuatro palmeras que fueron traídas desde la isla de Santa Marta fueron arrancadas de la noche a la mañana por orden de un alcalde desaprensivo, quien sin conocer el historial de esos históricos árboles, con una pala mecánica las arrancó de raíz, trasladándolas en un amanecer hacia los barrancos de Llojeta. Los reclamos y las protestas de nada sirvieron, el hecho estaba consumado, desapareciendo esa reliquia histórica… las palmeras de Santa Marta que vieron cerrar los ojos del Libertador.
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