Hans Dellien S.
Un sacerdote de origen alemán cuando llegó a Bolivia, en el Siglo XX, fue destinado a la ciudad más nueva que se había fundado, El Alto y ahí permaneció por más de 30 treinta años. Nadie sabía que el padre Sebastián Obermaier era un sacerdote religioso cristiano, cuya labor era elevar oraciones arquitectónicas, con la gracia de Dios y su misericordia. Su rostro extranjero, su sonrisa y amor con los pobres y los niños, su espíritu inmenso contrastaba con su pequeña estatura y más aún con su grande corazón.
La ciudad de El Alto es un fenómeno demográfico, social, económico pocas veces visto, entonces la mies era y sigue siendo abundante y joven, un desafío para la envergadura misional del Padre Obermaier, que empezó a trabajar como un líder de una sociedad en ciernes, con espíritu idealista de crear en la gélida horizontalidad altiplánica un modelo urbanístico, social y religioso, misión como la iniciaron también los apóstoles de hace 20 siglos, los epígonos de Jesucristo, con la misma fe, pasión, valor y temeridad de los evangelistas del Nuevo Testamento.
De sus palabras empezaron a surgir ideas y hechos, parecía el milagro de la multiplicación de los panes cuando Jesús enseñaba sus parábolas; pronto las ideas se transformaron en cimientos, paredes, naves y torres por excelencia, iluminando con sus colores la diafanidad altiplánica y cimentando la fe religiosa de la comunidad. Él oraba al Padre, a diario, con su mente entregada a Dios y su gracia, y sus brazos al trabajo y la alegría, unida a la ayuda de Dios, ¡todo es posible!
El Padre Obermaier fue un ejemplo tanto de vida íntima como pública, de su personalidad solo se ha dicho que la santidad estaba muy cerca de él, su sacerdocio afianzado en una sólida formación teológica le permitía hacer una catequesis de infinito valor litúrgico, como con breves y sencillas palabras era un exegeta irrebatible. Era un Señor en sabiduría, como un apóstol en su ejercicio y su respeto ganado entre grandes y pequeños, era una realidad.
En tres décadas ha sido fervoroso su trabajo en una sociedad con graves problemas de valores que han experimentado un grave descenso, por los malos ejemplos de la globalización, violencia, terrorismo, delincuencia, asesinato a mujeres, discriminación, los niños en el peor episodio histórico de su ultraje, pedófilos, estupro, incestos, drogadicción, odios religiosos y racistas, en un momento en que la vida ha perdido su valor genérico y de linaje, la dignidad humana ha sido lastimada, por todos los ángulos de su estructura fundamental, hecha a imagen de Dios.
El Padre Obermaier ha sido un bálsamo, un atenuante hasta el último día de su vida, cuando el 2 de agosto lo encontraron sentado en su lecho, dispuesto a ir a cumplir una jornada más de su santa y ardua labor. No sabía que Dios lo estaba llamando a su presencia para otorgarle el premio que ningún humano podría ofrecerle… ¡el ¡cielo! Bien merecido, Padre Obermaier.
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