Punto aparte
La emoción cívica nos dominó en la jornada de ayer, porque nada menos que celebramos la mayor fiesta de la madre Patria. En un día como el de la víspera, hace 191 años, se declaró, en asamblea nacional, realizada en la ciudad de Sucre, la independencia de la República de Bolivia.
El magno logro lo consiguieron nuestros antepasados después de 15 años de lucha sangrienta para acabar con tres siglos de dominación colonial. Empezó con el alzamiento rebelde en Sucre el 25 de Mayo de 1809, prosiguió con la Revolución Independista de La Paz el 16 de Julio del mismo año, logrando establecer el primer gobierno propio en América Latina, durante siete meses, el cual alcanzó incluso a que su Junta Tuitiva apruebe una Constitución.
Ante la magnitud de soberanía que alcanzó la Revolución de Julio, la reacción colonial fue cruel. Los protomártires de la independencia paceña, encabezados por don Pedro Domingo Murillo, fueron ahorcados y degollados, por el sanguinario José Manuel Goyeneche, que con un ejército de más de 4.000 hombres fue desplazado desde el Cusco, entonces en el Bajo Perú, para aplastar todo vestigio de rebelión.
Pero la Antorcha de la Libertad que nos legó Murillo no se apagó. Durante largos y valerosos movimientos guerrilleros continuó el combate a favor de la independencia y la libertad. Cientos de patriotas murieron en los combates, hasta que llegaron a este suelo, entonces altoperuano, los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.
Vencieron en batallas épicas y finalmente se acabó con la dominación colonial. Bolívar convocó a la primera asamblea nacional en Sucre, donde se acordó la creación de la República de Bolívar, que luego tomó el nombre definitivo de Bolivia.
Entre aciertos e infortunios, se mantuvo la independencia de la República hasta el presente y será hasta la eternidad. El que le hayan sustituido su calidad de República es un accidente circunstancial. Lo importante es conservar, por lo menos en el sentimiento cívico más íntimo, que Bolivia es República y no otra cosa. Es lo que hemos celebrado ayer y lo seguiremos haciendo por los tiempos de los tiempos.
En una fecha de tanta trascendencia histórica, una vez más corresponde asumir el compromiso de seguirla sirviendo con devoción, amor y el máximo respeto a su existencia, así como honrar la memoria de nuestros héroes.
La oportunidad es también propicia para sacudir nuestras inercias y malos hábitos y dedicarnos a construir una nación que sea el orgullo de estas generaciones y las por venir.
El territorio de la República se extiende por más de un millón de kilómetros cuadrados, cuenta con todos los climas que el prodigio de la naturaleza le ha dotado. En los que, por tanto, podemos producir nuestros alimentos diarios, pero más todavía, desarrollar las riquezas naturales que posee, a través de los procesos de industrialización, de manera de no ser dependientes de nada, en absoluto, sino más bien productores de bienes de toda índole.
Una vez más, cabe señalar que se tiene un ejemplo de lo que puede conseguirse con el trabajo honesto y solidario, incluso en territorios que ni por asomo los tienen como en Bolivia. Este es el caso de Israel. Seamos sus imitadores, ya que por sí mismos no nos propusimos, hasta ahora, aprovechar todo lo que tenemos.
Es inadmisible que en un territorio tan diverso y rico como el de Bolivia se tenga pobres, que haya gente que emigre en procura de mejores perspectivas de vida y que, los que nos quedamos, nos conformemos con insuficiencias y limitaciones.
Dejemos de ser ociosos, borrachos y conformistas –perdón por la dureza del lenguaje, pero hay que decirlo, para sacudirnos de estas taras– si acaso somos sinceros y queremos tener una Patria en la que nuestras descendencias tengan motivos de orgullo, en vez de humillaciones y lamentos.
No sigamos desperdiciando el talento que tenemos todos, sin exclusiones. O, por lo menos, hagamos el esfuerzo individual y colectivo para demostrar que no somos inválidos físicos ni mentales.
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