Recientes secuencias del tema marítimo

En pleno trámite en La Haya nuestra demanda marítima y, no sin triunfalismo, el primer mandatario amenazó introducir otra por el centenario e impropio uso de las aguas del Silala, ocasionando que Chile molesto se adelante a demandar al país sobre este último tema ante el mismo Tribunal Internacional, decisión reveladora de que Santiago tiene estudios avanzados al respecto, por supuesto enfocados desde su punto de vista, pretendiendo hacer consentir que se trata de un río internacional de curso sucesivo a sabiendas que son aguas que manan de manantiales fósiles netamente bolivianos. De cualquier modo, el demandante resulta demandado, a causa de preavisos impolíticos en el plano internacional fruto del protagonismo y destaque personal del primer mandatario o respondiendo a intenciones distraccionistas de algún tema surgente de política interna.

La duplicación de demandas con los mismos actores obliga a suponer la confrontación de una situación hasta cierto punto incómoda para los magistrados que las conocen, en el supuesto de favorecer por partida doble al mismo país, afectando inspiraciones equitativas que son inseparables de quienes administran justicia. Afirmación perogrullesca pero válida es que “guerra avisada no mata moros”.

En el ambiente enrarecido por mutuas recriminaciones, vinieron a sumarse las quejas -muy justificadas por cierto- de los transportistas de mercancías nacionales a los puertos de Arica y Antofagasta, ante las cuales el canciller no tardó en embarcarse en una inusitada visita portuaria, la cual empezó por llamarse “inspección”, invisibilizando una soberanía ajena. La visita cobró matices poco prolijos, entre otros, por su frondosidad (60 personas), extremo suficiente para activar el celo chileno, célebre por su quisquillosidad, especialmente sobre lo que hace o deja de hacer Bolivia.

Sea como fuere, el recibimiento agresivo al canciller David Choquehuanca se percibe fuera de un elemental respeto no sólo a su investidura y a la de sus dos importantes acompañantes, sino a nuestro país. El maltrato llegó a extremos de confinarles en un estrecho espacio y de pie, sin que siquiera se les ofreciera un ambiente dotado de algún asiento.

Si bien el despojo del Lauca no puede ser contemplado sin dolor e indignación por la bolivianidad, es cierto también que algunas expresiones merecen medida y valoración en todo interlocutor consciente de la responsabilidad que le impone su calidad de representante de su nación y portador oficial de su palabra. La respuesta no se dejó esperar de palabra y con hechos, bien calificados de “mala vecindad”, habiendo fulminado el requisito de visa para viajes a Chile de autoridades bolivianas; inamistoso cierre de frontera a nuevas incursiones oficiales.

Confirmadas in situ las dificultades discriminatorias que sufren los transportistas nacionales y la postergación contra las importaciones y exportaciones de Bolivia a ultramar, el presidente Evo Morales solicitó a su par Michelle Bachelet un diálogo destinado a tratar en el fondo temas puntuales como el indicado. El silencio de la Moneda es por sí mismo una negativa al pedido presidencial y fue juzgado contradictorio con la demanda interpuesta. Para evitar actitudes descompuestas como las que se viene constatando, es menester cumplir adecuada cautela en honra a nuestra justa demanda y a la verdad que ostenta nuestra causa. Reviste oportunidad recomendar menor facundia alrededor de estos temas y ahorro del uso constante del micrófono al que tanta devoción dedican nuestros gobernantes, sin excluir al propio primer mandatario, quien con una actitud austera ocupará mejor el lugar de respeto que le corresponde por la alta representación que inviste.

El autor es abogado y escritor.