Fernando Luengo
Cabeceras de todos los medios de comunicación y declaraciones de los políticos: Gran decepción por el resultado del referéndum celebrado en el Reino Unido que ha dado la victoria, por un margen bastante amplio, a los defensores de la salida de La Unión Europea (UE).
¿Golpe al europeísmo? Dejemos las cosas claras: el denominado europeísmo languidecía, mucho antes de que se anunciase el referéndum y, por supuesto, trasciende su realización. La alternativa al abandono de las instituciones comunitarias no era un proyecto europeo vigoroso, estimulante y atractivo. Todo lo contrario.
Sí, mucha decepción, por la deriva de la UE y de la moneda única:
Por el trato que están recibiendo los refugiados, que mueren a millares, ahogados; y los que sobreviven se enfrentan al frío, la desnutrición y la enfermedad, al desdén de los responsables comunitarios y a un sinfín de humillaciones. Europa ha echado el candado; o, mejor dicho, pretende hacerlo, pues los muros y las policías no contendrán la desesperación de los que huyen de la guerra y del hambre. Europa, incapaz de llegar a un acuerdo que permita dar cobijo y asistencia a los que llaman, con angustia, a nuestra puerta, también es incapaz de abordar los problemas de fondo del proceso migratorio: el comercio de armamento, la financiación trasnacional de los grupos en conflicto y las mafias o la rivalidad de las potencias por los recursos y las zonas considerados de alto valor estratégico.
Porque Europa ha renunciado a llevar a cabo políticas destinadas a la convergencia productiva y social, agravando de esta manera los desequilibrios que están en el origen de la crisis. Porque emerge de la misma una Europa fracturada, entre el centro y la periferia, entre el capital y el trabajo, entre las oligarquías y la mayoría social, entre las regiones pobres y las ricas.
Porque los equilibrios con los que se construyó el denominado proyecto europeo entre instituciones y mercados, entre Alemania y Francia, entre las economías más prósperas y las más rezagadas han saltado en mil pedazos. Ni rastro de esa Europa que pretendía reconocerse en los consensos y en la redistribución.
Por comprometerse con políticas –represión salarial, ajustes presupuestarios sobre el gasto social y productivo y desregulación de los mercados laborales- que han empobrecido a la mayoría social, enriqueciendo a las elites y las oligarquías, llevando la desigualdad y la fractura social a umbrales históricos e insoportables. Al mismo tiempo, se han relegar al olvido políticas que son necesarias para la sostenibilidad del planeta y de nuestra vida, como la transición ecoenergética y la igualdad de género.
Porque la agenda política y económica de Bruselas la fijan las grandes corporaciones y los lobbies que articulan y defienden sus intereses. Clama al cielo que, con el dinero de todos, especialmente de los grupos más desfavorecidos, se hayan llevado a cabo planes de rescate de los grandes bancos, principales responsables de la crisis económica. Dinero a manos llenas, a un tipo de interés muy favorable, sin ninguna contrapartida en cuanto al destino de esos fondos o al límite de las extravagantes retribuciones recibidas por los ejecutivos y grandes accionistas.
Porque las instituciones comunitarias, lejos de representar al conjunto de la ciudadanía europea, se han convertido en un actor político al servicio de los poderosos y privilegiados. No han dudado en utilizar el Banco Central Europeo con el único objetivo de destruir a Syriza y el El Pacto Fiscal para debilitar a los partidos y los movimientos del cambio que han brotado con fuerza en la periferia meridional.
Sí, decepción y mucha. Por esta Europa desnortada y capturada por las elites productivas, comerciales y financieras. Una Europa que necesita con urgencia una nueva agenda, una profunda reforma de sus instituciones y nuevas políticas (y políticos) que sostengan y alimenten un proyecto renovado e ilusionante.
El autor es Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.
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