El origen de las convenciones políticas celebradas esta semana se remontan a 1831, cuando el Partido Antimasónico convocó una primera reunión para elaborar un programa y elegir a sus candidatos en una cervecería de Baltimore.
En días pasados los dos grandes partidos políticos estadounidenses, el Republicano y el Demócrata, han celebrado sendas convenciones en las que han “coronado” a sus respectivos candidatos: el multimillonario Donald Trump y la exsecretaria de Estado, Hillary Clinton. Celebradas cada cuatro años con motivo de la elecciones presidenciales de noviembre, la misión de una convención es nominar a los candidatos a presidente y vicepresidente de los Estados Unidos. Son la culminación de un dilatado proceso de primarias y caucus (asambleas) del que salen elegidos los delegados, que luego votarán a los aspirantes oficiales.
Como comenta el politólogo y colaborador de “La Linterna” de la Cadena COPE, Javier Redondo Rodelas, en su libro “Presidentes de Estados Unidos” el origen oficial se remonta a 1831, cuando el pequeño Partido Antimasónico celebró la primera convención nacional, para elegir a su candidato presidencial y pergeñar lo que sería el programa electoral (o plataforma) en una cervecería de Baltimore. El elegido fue un tal William Wirt, de Maryland, que contribuyó a la reelección de Andrew Jackson compitiendo por los whig (el otra gran organización política de la época).
Al año siguiente, el Partido Demócrata (el Republicano no nació hasta 1860, en vísperas de la Guerra de Secesión) de Andrew Jackson eligió ese mismo lo-cal para confirmar la candidatura a los comicios de 1832 cuyo ticket compartió con Van Buren resultando reelegido para una nueva legislatura. Por su parte, Van Buren le sucedió como presidente en 1837. Además de formular las propuestas con las que concurrirían. Por Baltimore pasaron de igual forma los whig o el Partido Nacional Republicano, la oposición.
El Partido Antimasónico no ganó en 1832, pero demócratas y whig también hicieron sus convenciones
Desde entonces los dos grandes partidos que se han ido turnando en la Casa Blanca han coronado a sus aspirantes oficiales en estos eventos. Ni siquiera la Guerra de Secesión o las dos guerras mundiales han alterado esta tradición, que ya cumple 185 años, aunque en una fecha tan temprana como 1796 ya se tiene constancia de reuniones informales entre parlamentarios adictos a uno u otro partido de la época, que se veían las ca-ras para designar al ticket que presentarían a las elecciones (el sufragio era limitado).
“DARK HORSES” O CANDIDATO SORPRESA
Durante la mayor parte del siglo XIX las convenciones fueron controladas por los principales dirigentes de cada parti-do, quienes influían en la elección de los candidatos. Un ejemplo de lo anterior, eran los denominados “dark horse” (ca-ballo oscuro) o aspirantes sorpresa, prin-cipalmente demócratas por la regla que obligaba a que el nominado lograra el apoyo de los dos tercios de los delega-dos y que no fue modificada hasta 1936.
Tal fue el caso del presidente James Polk (1845 - 1849) quien estaba en las quiñielas para vicepresidente, pero quien hasta la octava votación no recibió ni un solo voto. Hasta entonces el más votado era un tal Lewis Cass. Fue entonces cuando el nombre del gobernador de Tennesee apareció y en una novena (y última) ronda logró 233 sufragios frente a 29 para otros aspirantes como Van Bu-ren. Entre los principales actos de su mandato, la incorporación de Texas a los Estados Unidos y la consiguiente guerra con México.
Más complicado lo tuvo el demócrata John W. Davis en 1924, que necesitó hasta 103 votaciones para ser nominado por su partido, para posteriormente per-der ante el presidente Coolidge (Republi-cano) de forma aplastante. Se da la cir-cunstancia de que la convención repu- blicana de aquel año en Cleveland fue la primera retransmitida por la radio de toda la historia.
James Polk, prototipo de candidato sorpresa, salió elegido en la novena votación en 1844
Mientras a unos les costaba salir electos, a otros les parecía dar lo mismo: El whig Zachary Taylor, un héroe militar de la guerra con México, quien ganó la nominación en 1849. Sin embargo, como comenta en su libro Redondo, aunque el presidente de la Convención le envió en-seguida la carta oficial informándole de su nombramiento. Zachary, que recibía tantas felicitaciones y misivas, había, de-cidido no admitir aquellas que carecieran de sello y su certificado permaneció en Correos. Total, que el flamante candidato tuvo que enterarse de la buena nueva por un segundo escrito.
CONVENCIONES TEÑIDAS POR LAS DESGRACIAS
A otros la nominación a la Casa Blanca, le costó la propia vida: James A. Garfield, vigésimo presidente (1881) salió ganador de la caótica convención de Chicago en 1880 de un Partido Republicano dividido en dos facciones enfren-tadas: la de los los republicanos “Stal-warts” (más conservadores) encabeza- dos por un tal Roscoe Conkling y los “mestizos” o Half Breeds, más modera-dos quienes lanzaron la candidatura de Garfield frente al intento de reintroducir al expresidente Ulysses Grant. En liza también estaba otro exgeneral de la Guerra de Secesión, John Sherman, a quien Garfield tenía comprometido su voto. Sin embargo, los delegados contra-rios a Grant apostaron por el entonces líder de la minoría republicana en la Cá-mara de Representantes. A su juicio, se trataba del “candidato ideal” ya que su biografía era la de un hombre hecho a si mismo de orígenes muy humildes.
El plan pareció funcionar al principio y Garfiel entró en la Casa Blanca a prin-cipios de 1881, con un stalwarts como vi-cepresidente, en la persona de Chester Alan Arthur. Sin embargo, no concedió nin-gún puesto más a esta facción ni aceptó el nombre que la dirección republicana, le sugirió para la Secretaría del Tesoro y tam-bién se implicó en la lucha contra la co-rrupción. Esto incomodó a lo seguidores de Roscoe Conkling, un dirigente republi-cano de Nueva York.
La guerra entre facciones en el Partido Republicano, le costó la vida al presidente Garfield en 1881
Finalmente uno de los más fanáticos – Charles Guiteu- un evangelista que apoyó la candidatura del expresidente Grant en 1880 y que buscaba ser nombardo emba-jador en Austria, según el libro de David Rubel “Mr President. The human side of American‘s Chief Excutives”, terminó dis-parando dos veces por la espalda al mis-mo Garfield el 2 de julio de 1881. “Soy un stalwart y ahora Chester Arthur, es presidente”, afirma Rubel que exclamó el asesino. No se equivocaba, el 19 de sep-tiembre, el vigésimo inquilino de la man-sión presidencial partía para siempre y el tal Chester ocupaba su despacho durante los siguientes cuatro años. En este mismo libro se añade que los presidentes no reci-bieron una protección permanente del ser-vicio secreto hasta la última década del siglo XIX.
1968
Otra convención muy tensa fue la que celebraron los demócratas en Chicago en 1968, con la guerra de Vietnam de fondo. Celebrada en Agosto, el evento comenzó intenso con la sorpresiva renuncia a pre-sentarse del entonces presidente Lyndon B. Johnson en el mismo año del asesinato de la estrella rutilante del momento, Robert F. Kennedy y de Martin Luther King. En este contexto, dos personas se jugaban la nominación: el vicepresidente Hubert Humphrey y el senador Eugen McCarthy, ambos con posiciones opuestas sobre Vietnam.
En 1968, la convención demócrata de Chicago dañó gravemente la imagen del partido y dio alas a Nixon
Pero lo más relevante no fue que el pri-mero fuera elegido finalmente candidato por los líderes demócratas, a pesar de haber perdido el voto popular. Lo importan-te sucedió fuera, en las fuertes manifes-taciones que se produjeron alrededor de la sede de la Convención, el Anfiteatro Inter-nacional de Chicago, y de los parques Lin-coln o Grant contra la intervención estado-unidense en el sureste asiático y que ter- minaron con polémicas actuaciones po-liciales y varias decenas de detenidos. Todo ello con las televisiones de testigos de excepción. Quizás la guinda, el empu-jón definitivo para que Richard Nixon vol-viera a la Casa Blanca como presidente.
EL SHOW DEBE CONTINUAR
Desde principios del siglo XX se fueron imponiendo las primarias como método para elegir a los delegados, de tal forma que cada candidato busca hacerse con el mayor número de delegados en la Convención para lograr los votos necesarios de cara a la nominación. En 1936, apenas una docena de estados las convocaban, ya que los máximos dirigentes de los partidos temían perder el control sobre los candidatos. Tras la Segunda Guerra Mun-dial y la eclosión de la televisión, las prima-rias se han convertido en un auténtico espectáculo y lo normal es que al final del proceso de primarias haya un ganador más o menos definido en ambos partidos. Incluso en una campaña tan atípica como la de 2016, Trump y Hillary Clinton llega-ban al final de la carrera electoral con una amplia ventaja respecto a sus oponentes.
Gerald Ford arrebató a Ronald Reagan la nominación por apenas 60 votos en 1976
Sin embargo, antes las convenciones sí coronaban a los candidatos. La última que mantuvo la emoción hasta el final fue la que nominó al presidente Gerald Ford en 1976, a quien el Watergate colocó en la Casa Blanca. En concreto, retado por un tal Ronald Reagan el presidente en ejer-cicio logró ganar al entonces gobernador de California por apenas 60 delegados de los más de 2.200 que estuvieron en Kan-sas City. En concreto, los representantes de Misisipi fueron quienes inclinaron la ba-lanza. Reagan como buen estratega apro-vechó el momento para darse a conocer de cara al futuro, mientras Ford perdía an-te el demócrata Jimmy Carter. El exactor aterrizaría en la Casa Blanca cuatro años después, en 1981, pero eso ya es otra his-toria.
Igual que Reagan, un parlamentario lo-cal de Illinois de origen africano y nombre exótico, Barack Obama, deslumbró al tendido en 2004 con un potente discurso sobre su historia personal y la necesidad de un gobierno sincero o la importancia de que Estados Unidos permanecieran uni-dos. Eran los tiempos de la guerra contra el terrorismo de George W. Bush, quien fue reelegido tras vencer a John Kerry que es el actual secretario de Estado estadouni-dense. Obama se convirtió en senador aquel año por su estado, así como en una de las estrellas ascendentes del vetusto partido. Entre las anécdotas, de aquel 27 de julio de 2004, se cuenta la reacción del comentarista político de la NBC Chris Mat-thews quien tras escuchar el discurso de aquel joven político, reconoció “haber visto al primer presidente negro de los Esta-dos Unidos” y lo justificó en su “experien-cia combinada” de inmigrante con pasado africano, alto nivel educativo junto a “un bello discurso”. La historia le dio la razón.
EFE - Carlos Manso Chicote
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