El país enfrenta (pese al optimismo oficial) una situación general de agitación, desorden, parálisis de la economía, pérdidas económicas considerables, corrupción crónica y ni qué decir sobre problemas a nivel internacional, como la caída de los precios de las materias primas que exportamos y el desmoronamiento de gobiernos populistas vecinos, dificultades internas y externas.
En lo externo, los cambios de gobierno en Argentina y Brasil, las graves dificultades por las que atraviesan Venezuela y Nicaragua y el ostensible viraje al capitalismo de Cuba y Ecuador no dejan de tener influencia sobre la situación boliviana, muy relacionada con las políticas de esas naciones.
En lo interno, la política boliviana enfrenta un estado de decadencia, aunque debidamente resguardada por campañas de publicidad oficiales que muestran un panorama optimista y aseguran que la economía está “blindada” y es invulnerable ante los más fuertes embates de origen externo. En efecto, en el curso de los dos últimos años, el Gobierno sufrió por lo menos cuatro derrotas electorales (elección de magistrados, gobernadores, de la autonomía y la reforma constitucional) y la debacle del Órgano Judicial, calificada por los mismos gobernantes como “crisis terminal”.
A esos problemas se sumaron el escándalo de la señora Zapata y ni qué decir el referido al Fondo Indígena (Fondioc), los casos del general Gary Prado, el asunto de la señora Amparo Carvajal y la oficina de Derechos Humanos, a los que habría que sumar la agitación del sector obrero nacional que, en reacción a la clausura de la empresa estatal Enatex, realizó tres huelgas generales que debieron ser sofocadas con enérgica actitud por parte de fuerzas policiales que utilizaron armas de guerra y provocaron heridos y detenidos. Es más, a ese estado de cosas se agregó la crisis diplomática con Chile, que presentó una demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya pidiendo solución al problema del manantial del Silala y la ofensiva mediática en contra de Bolivia.
A esos problemas se agregan el descubrimiento a diario de grandes cantidades de cocaína (siete toneladas en la frontera con Chile), el agravamiento del contrabando y (¡sobre mojado, llovido!) la presencia de una sequía que ya dura un año, la misma que amenaza con dejar sin alimentos a la población, incluyendo el peligro de hambruna. Pero lo más notable de ese rosario de problemas es que ninguno de ellos fue provocado por la oposición ni por los partidos políticos (in) existentes, los mismos que, en su indolencia, miran los problemas de palco y no dicen esta boca es mía, lavándose, además, las manos con otros sectores sociales y, por tanto, no dan signos de vida pese a que cuentan con recursos, como sus brigadas parlamentarias.
Finalmente, se puede concluir que está en marcha una generalizada debilitación paulatina, próxima a la decadencia, tanto oficial como extraoficial, al parecer imposible de ser detenida y que confirma que los males no vienen solos, sino llegan en legión, con perspectivas imprevisibles.
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