Economía de palabras
El presidente Evo Morales tuvo un arranque de sinceridad al decir, en su mensaje desde Tarija, que la tasa de crecimiento está disminuyendo, que las reservas del Banco Central se encogen, que la producción de gas se derrumba y que lo único que crece es el desempleo.
Una lista completa de los indicadores más importantes de la economía, dichos de frente, con seriedad, aunque contradiciendo, con cada una de esas cifras, los entusiastas mensajes de los encargados de esos sectores dentro de su gobierno.
Para que sea perfecto, el mensaje hubiera necesitado que el presidente anunciara las medidas que su gobierno está tomando para contrarrestar cada uno de esos fantasmas. Pero sobre todo que hiciera una autocrítica, mencionando los errores de gestión que llevaron a tener estos indicadores. Por ejemplo, decir que la producción de gas está cayendo porque los campos productores fueron sobreexplotados, además de que no fueron reemplazados, y que el desempleo crece porque no llegan las inversiones, lo que le hubiera llevado a explicar las razones de este hielo.
El FMI y la calificadora Moodys le han dicho al gobierno boliviano que cuando se dan estas cifras preocupantes lo que se requiere, de inmediato, son medidas de ajuste fiscal. La calificadora llegó a bajar la calificación de riesgo país solamente porque el gobierno boliviano no había reaccionado con la necesaria rapidez.
Dos días después de haber hecho esa enumeración de calamidades de la economía, el presidente hizo una declaración muy extraña: dijo que a pesar de todos esos indicadores preocupantes, la economía del país no está en crisis.
Aquí coincide con la especial interpretación que hacen sus colaboradores del área económica cuando admiten que hay crisis en hidrocarburos, en minería, en agricultura, en comercio, en industria pero que, en la suma total, no hay crisis y el país crece a 5%. Esto no es álgebra, en que la suma de negativos da positivo. Los algebristas del gobierno no responden a estas críticas y siguen en su lectura conocida de los hechos.
El mensaje ha sido bueno, sobre todo por breve. Ya saben los aspirantes a la sucesión lo que les espera. El presidente no dio esas cifras para desalentar a nadie, pero sería bueno que los futuros gobernantes sepan que el boom ha pasado y que las cifras están en rojo, lo cual no es una alusión a las ideologías.
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