Kei Nishikori logró la primera medalla olímpica en tenis para Japón, un bronce que arrebató en Río 2016 al español Rafael Nadal (6-2, 6-7(1) y 6-3), que inició la lucha con una versión gris pero que acabó en plena pelea y llevó al límite al nipón hasta que se le agotaron las fuerzas.
La presencia de Nadal en busca del último lugar en el podio mantuvo el espíritu de lo que representa. Un luchador incansable, cargado de fe, que no se rinde aunque vea cerca la derrota.
Río 2016 le ha exigido al máximo pero ha recuperado el talante competidor desde el primer al último partido. Desde que se decidió, entre dudas, a afrontar el envite de los Juegos.
También firmó así su epílogo. Lastrado por el cúmulo de esfuerzos a los que fue sometido cada día en Brasil y afectado en su ánimo por el doloroso revés encajado en la épica semifinal ante el argentino Juan Martín del Potro, que le dejó exhausto, estuvo a punto de remontar un partido imposible.
Murió en el intento el español, que acabó fundido y a un paso de añadir en su leyenda un nuevo éxito dramático. El bronce se le negó. Pero su impronta permaneció en la pista y en los Juegos, de donde sale con el oro que obtuvo en dobles con su amigo Marc López en la modalidad de dobles.
El arranque de Nadal ya fue sospechoso. Comenzó desbordado de la pista por un rival que se mostró superior y que se impuso en todos los sentidos. Al tenista español le invadió el bajón tras una semana plagada de emociones y de una dura pelea que enmascaró un esfuerzo sin límites y el gasto físico al que había estado sometido día tras día en Río después de dos meses en blanco, sin competición.
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