Algo más que palabras
Esta sociedad que, para empezar no se respeta ni a sí misma, debería tomar buena nota de sus acciones y actuaciones tantas veces irresponsables. Hace tiempo que las cuerdas que amarran el sentido responsable de las personas que, por otra parte son fibras de necesidad, se han desmembrado y, cada cual, hace lo que le viene en gana sin consideración alguna. Todo esto es un cúmulo de despropósitos, generado en parte por unos líderes que han perdido la vergüenza, con el efecto de que los que obedecen también pierden toda consideración o estima hasta con sus mismas raíces, máxime cuando algunos sistemas educativos apenas reflejan su ancestral cultura.
Solemos olvidar, además, que hasta en el mismo espíritu democrático, se adhiere el afecto del ser humano como sujeto pensante. Si tuviésemos en mente la primera lección de urbanidad, que no es otra que respetar para que te respeten; seguramente, no dudaríamos en contar con todos para construir paz, dignidad, oportunidad y prosperidad para cualesquiera. En efecto, un colectivo globalizado, como es el mundo de hoy, con tantas culturas diversas y por propia ley natural de existencia, ha de reflexionar mucho más sobre su destino, desde la más profunda estima por sí mismo y sus análogos, si en verdad queremos propiciar la unidad del linaje.
Nada fragmenta más que la falta de mesura, tolerancia, formalidad y templanza, a la hora de convivir. La sociedad sería una cosa hermosa si no hubiese exclusiones, si nos interesáramos los unos por los otros. Para desgracia nuestra nos fallan las verdaderas columnas de la autenticidad para poder sentirnos libres. No pasamos de las buenas palabras, de las meras intenciones, de las mil declaraciones políticas que a veces no sirven para nada. Hace falta ir al corazón del problema y ejecutar su solución colectiva con ejemplaridad, sobre todo para evitar muertes y sufrimientos por doquier.
También nos falla la pasividad, el dejar hacer, aunque se glorifique hechos bochornosos. Esto sucede con frecuencia en las redes sociales, donde la permisibilidad alcanza unos límites insostenibles. Los Estados, con sus gobiernos al frente, deben tutelar los derechos básicos, o si quiere naturales, inherentes a toda persona, si en verdad queremos activar sociedades sanas, tantas veces corrompidas por una falsa concepción de la persona humana y de su valor único.
Por desdicha, aún no hemos puesto al ser humano como prioridad social y, de este modo, resulta complicado enhebrar sueños, generar anhelos, que nos permitan trabajar en común y edificar así otro mundo más habitable socialmente desde el fundamento de la justicia. Desde luego, no podemos hablar de una sociedad esperanzadora cuando la mayor parte de sus miembros son indigentes e infelices. Por otra parte, hay un sector privilegiado, altamente egoísta, que practica la explotación al margen de toda ley. Sirva como ejemplo de tantos, esta reciente noticia revelada a través de unos nacientes datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, elaborado en conjunto con el gobierno colombiano, que nos indica que el “60% de la explotación de oro de aluvión en Colombia, extraído de corrientes de agua, se hacer al margen de la ley y, en muchos casos, alimenta una cadena productiva que financia y fortalece el crimen organizado”. Está visto que si no peleas por acabar con la podredumbre, al final formas parte de ella.
Reconozco, por consiguiente, que no es fácil unirse en sociedad, cuando unos lo tienen todo y otros no tienen nada. Ahí está el aumento de la desigualdad, el consumo excesivo de algunos que tienen más comida que apetito, derrochándolo todo, en detrimento de otros que tienen más apetito que comida, y han de endeudarse, haciendo imposible que necesidades básicas puedan ser solventadas. Deberíamos meditar sobre esto, y más, cuando es público y notorio que la base de esta mundializada sociedad está corrompida por la mentira y secuestrada por el afán de notoriedad. Hemos de pensar, pues, que sólo en un mundo de ciudadanos sinceros es posible la unión, para llevar a buen término el proyecto que da valor a nuestra existencia; y que requiere de la solidaridad, como algo conjuntado con toda la humanidad, como voz que implica respeto mutuo.
El autor es escritor.
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