Si hace medio siglo los bolivianos les hubiéramos dicho a los chilenos lo que les decimos hoy, seguro que Chile hubiera movilizado alguna división y hasta se hubiera paseado tierra adentro por nuestra frontera. Si lo hubiéramos hecho hace un siglo, reponía su deseo de “polonizar” Bolivia, y nos habría lanzado un ataque hasta ponernos de rodillas. Hoy no puede hacerlo porque el mundo ha cambiado y porque con solamente una amenaza de ellos armaríamos tal escándalo internacional que la Moneda prefiere no imaginarse.
Estamos, entonces, protegidos de cualquier acción militar chilena, lo que no significa que esto vaya a ser eterno. No debemos andar con la actitud de matoncitos de barrio si sabemos que nos pueden sacar la entretela. Eso de decir que antes Chile era 20 veces más poderoso, y que a partir del 2006 ya era 10, y que en el 2025 será 5 y en el 2030 estaremos iguales, es totalmente disparatado. Es algo que no tiene sustento, siempre, claro, que Chile no desaparezca con un tsunami.
Está bien que al Ejército se le dote de algún material que no sea costoso para que renueve los viejos fusiles o uniformes de hace décadas. Si se compra algunos helicópteros y se informa que son para la lucha contra el narcotráfico, no se puede criticar mucho. Si es cierto que los amigos chinos nos han donado algunos vehículos con blindaje, se supone que no se los rechazará. Pero con lo que se debe tener cuidado es con las palabras. A Chile no le interesa en lo mínimo las armas que Bolivia pueda adquirir, así sea un armamento moderno, porque Chile tiene lo suficiente como batirse con cualquiera de sus tres vecinos. Son las palabras desmedidas las que nos ponen en peligro, porque detrás de eso tiene que haber fuerza.
Estamos en un papel de país guerrero que no nos calza para nada, aunque la Constitución diga que somos de la cultura de la paz o algo por el estilo. También la Constitución dice que vamos a tener mar y muchas otras lindezas que no sabemos si serán posibles o no. Nuestra Carta Magna puede afirmar muchas cosas, pero sabemos cómo fue redactada, cuándo la elaboraron, entre quiénes, y cuánto ha sido respetada por el propio Gobierno que la empujó a fuerza de plomo.
Debemos de dejar de lado esta obsesión belicista, innecesaria, absurda, que ha surgido en algunas mentes afiebradas de hoy, y recordar que lo mejor es quedarnos tranquilitos nomás. Insultar y amenazar no nos va a conducir a nada bueno. Y podemos tener algún disgusto por ahí.
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