Desde hace diez años la política económica que se ha impuesto en Bolivia y originada en la revolución de 1952, está inspirada en una tendencia de la economía capitalista típica de algunas naciones que se encuentran en una etapa de desarrollo, conocida como la de la “acumulación originaria del capital”. Esa política económica es el mercantilismo, la misma que, sin embargo, aquí ha recibido el pomposo título de “socialismo comunitario”, producto propio de la ideología populista, no está considerada como adjetivo calificativo, como se hace habitualmente, sino como resultado de su contenido económico.
La aplicación práctica de este mercantilismo se presenta en la realidad económica del país como reflejo de los intereses del capital comercial, cuando todavía este capital está unido al capital industrial emergente y que considera que la ganancia se genera en la esfera del comercio y que la riqueza del Estado se origina en el dinero, opinión consagrada en forma oficial desde las altas esferas del gobierno y en particular del Ministerio de Economía.
La vigencia de esta política económica mercantilista está confirmada en las características de la actual economía del país y de acuerdo con los economistas oficialistas, busca atraer al país, en la mayor cantidad posible, divisas ya sea por la vía de la exportación de materias primas en bruto o por medio de obtención de créditos de países que, a la vez, hacen enormes pujos expansionistas, como China y otros del mundo asiático. En realidad esta política económica sostiene que la fuente de riqueza radica en el comercio exterior, política que, en realidad, conserva y amplía la pobreza y el atraso. Se puede agregar que esta política económica de retener el dinero de la circulación solo se la encuentra en la prehistoria de la economía política.
En síntesis, lo que busca el mercantilismo en Bolivia es acumular dinero (reservas, divisas, etc.) por todos los medios, exportando recursos naturales (gas, minerales, granos, etc.) al mercado internacional. Esa política económica consiste, por las más diversas vías, en retener el dinero del proceso de circulación o comercial. En realidad, esta política mercantilista refleja los métodos de los primeros mercantilistas de la historia, que sostenían la necesidad de acrecentar la balanza monetaria activa y subestimar la balanza comercial. Por tanto, el Estado debía tener un saldo activo en la balanza comercial y que la importación de mercaderías no debe superar las exportaciones.
De ahí que la actual política económica oficialista solo estimula el desarrollo de las ramas industriales y agropecuarias que producen para exportar, es decir siempre para retener más dinero de la actividad comercial. Ese mismo objetivo también se busca ajustando el sistema impositivo a todos los sectores de la economía, pero principalmente al terciario, siempre con el objetivo de buscar más dinero para el Estado.
La política económica mercantilista contemporánea, que considera que el progreso radica en el comercio exterior, se extiende a la esfera del comercio interior, fomentando la pequeña producción, ya sea artesanal, agrícola, intermedia y liquidando a la mediana y a la grande. Naturalmente, este mercantilismo está condicionado a un nivel económico en la época en que se encuentra el país, aunque no para superarlo, sino para hacerlo más mercantilista, en realidad mirando al pasado.
Se puede agregar que este mercantilismo, pese a los esfuerzos oficiales en sentido contrario, está en descomposición, en vista de que el sistema económico capitalista se desarrolla, a pesar de todas las campañas en su contra, ya que la forma de aumentar la riqueza no es el sistema comercial sino el sistema de producción. Así, en vez de que este mercantilismo cumpla un papel progresivo, frena el desarrollo económico, el crecimiento de las empresas nacionales y consolida la pequeña producción, la artesanía, el gremialismo, el mutualismo, etc., todos ellos producto de una concepción ideológica más general: el populismo conservador donde nacen otros problemas, en particular de tipo político, como caudillismo, bloqueos, huelgas, marchas y la infinidad de conflictos sociales que revelan que el país sigue girando en el círculo vicioso del atraso.
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