[Isabel Velasco]

Santa Bárbara y el Agua de la Vida


En aquellos días de antaño nuestros abuelos veían el cerro de Santa Bárbara colgado casi en declive, extendiéndose desde el Calvario hasta Killi Killi, subiendo por el final arriba de la calle Colón hasta la colina del “Agua de la Vida”. Un grupo frondoso de árboles de eucaliptos y sauces llorones, algunas casas y unos brillos de agua que a ratos centelleaban en la distancia como vetas de plata, indicaban el paraje de los manantiales que ahí existían.

Cuando las supersticiones, las creencias, el romanticismo eran parte del diario vivir, se bordó leyendas en torno a la mágica y prodigiosa agua de la vida. En la ciudad alumbraban lámparas de kerosén, no había tranvías ni autos, las excursiones y días de campo a esa hermosa colina se hacían como un largo viaje. Allí se organizaba fiestas con acompañamiento de estudiantinas y orquestas de concertinas y violines. Días de campo en los cuales los enamorados bebían de esas aguas milagrosas, puesto que existían dos manantiales, el principal destinado a los varones y el otro al bello sexo, llamado con más querencia “Agua de la Vidita”. En ese lugar muchas parejas “juraban amor eterno” y se fingían matrimonios simbólicos con todas las de la ley.

Entonces el Agua de la Vida era muy codiciada por los paceños, si bien la ciudad estaba servida por varias pilas públicas diseminadas en todos los barrios y esquinas de las calles donde se hacía fila para llenar los cántaros y jarras, el Agua de la Vida era pagada con creces con precio alto, los aguateros que se habían constituido en un gremio transportaban el agua en barriles cargados a ambos lados de las mulas y burros anunciando su mercancía con una campanilla con el cantar “agua de la vida traída desde la colina”.

Con el correr del tiempo ese codiciado líquido milagroso manaba de dos piedras en forma de pechos femeninos, la primera llamada “la del caballero” y la segunda “la de la señorita”, el agua al rebalsar serpenteaba de la colina para perderse en una pequeña hondonada de esa estrecha cañada al final de la calle Colón, llamada calle de San Martín, donde desaparecía para siempre, filtrándose por debajo del suelo hacia el barrio de Santa Bárbara y llegando al Choqueyapu ocultamente, socavando los terrenos de ese barrio.

Santa Bárbara era el barrio paceño comprendido desde la calle Illimani, la plazuela Frías, la calle Castro, la Rivedilla hasta la Juan de la Riva, terminando a la altura de la Parroquia de Santa Bárbara, templo que desapareció con el incendio y saqueo provocado por los rebeldes en el cerco de Túpac Katari en 1781.

Con el paso del tiempo, sufriendo considerable deterioro se ordenó su demolición en 1830, con objeto de reedificarlo, lo que no se llevó a cabo por el hundimiento y deslizamiento de esa zona en 1843.

En 1891 se formó en esta ciudad una empresa que mandó a construir en el Alto de Santa Bárbara la Plaza de Toros del “Acho”, estrenándose ésta el 16 de julio del mismo año con una soberbia corrida, para la cual vinieron lidiadores de México y de Lima. El Acho nada tenía que envidiar a las grandes plazas de otras capitales españolas y americanas, lastimosamente sólo alcanzo a 18 corridas, comenzó a resquebrajarse en su estructura de tres pisos, lunetas, galerías “paraísos” y palcos. La Municipalidad ordenó inmediatamente su clausura por el gran peligro que corría esta plaza de toros que se hallaba en la calle Yungas y la Av. Frías.

Allá por el año 1912, D. Arturo Posnansky, arqueólogo y geólogo austriaco, adquirió de la Municipalidad los terrenos de Santa Bárbara sobre la parte inferior de la Av. Simón Bolívar y construyó allí el Palacio Tiahuanaco, museo de piedras y chullpas extraídas de la monolítica metrópoli. Rodeó el edificio de un bosquecillo atrayente, pero en 1917 los ciudadanos se vieron sorprendidos por un hecho espectacular, quedaron mudos y perplejos al mirar el Palacio que conservando su estructura se había dado vuelta al otro lado, como milagro portentoso de los laikas, chamakanis y brujos que habían maldecido al gringo por haber desenterrado chullpas y profanado las tumbas de sus ancestros. Ante este hecho, el gringo Posnansky traslado su palacio piedra por piedra a su actual ubicación en la Calle Tiahuanaco esq. Zuazo.

Han pasado los años y la ciudad se ha extendido en su radio urbano, la colina del Agua de la Vida constituye hoy una nueva barriada paceña que trepa por el cerro con bonitas casas a todo color hasta más arriba del Mirador del Cuartel del Regimiento de los Colorados de Bolivia, dominando desde allí a toda la población.

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