[Manfredo Kempff]

Golpes eran los de antes...


Las personas que hoy tienen 40 años no recuerdan, porque no han visto jamás, un golpe de Estado. Y quienes ahora tienen 20 tal vez rememoren lo que mostraba la televisión, o lo que oían en su casa, cuando el golpe que derrocó a Sánchez de Lozada en octubre del 2003, y que lo armaron entre “movimientos sociales”, cocaleros, y algunos otros sectores cuyo descontento fue creciendo a medida que el gobierno de entonces, para no caerse, metía bala a los insurgentes.

Resulta que ahora, desde S.E. pasando por toda la nomenclatura masista, andan exhibiendo golpes inventados. Pareciera que, en el fondo, desearan un golpe de verdad para quejarse a gritos ante la comunidad internacional. Un cuartelazo que es imposible porque los militares han quedado escarmentados y alineados, o una intentona fallida desde alguna región del país, le caería como anillo al dedo al alicaído MAS, y le daría la oportunidad de barrer con todos sus adversarios políticos y hasta cerrar la Asamblea Nacional para perdurar en el Gobierno dos décadas más por lo menos.

En el año 2008 los masistas denunciaron a los cuatro vientos el famoso golpe “civico-prefectural”, a raíz de los desmanes que se produjeron en Santa Cruz, cuando turbas de jóvenes, principalmente, asaltaron violentamente y sin organización planificada, algunas instituciones del Estado. Eso sirvió para iniciar la persecución más sañuda contra la dirigencia cruceña y descabezar a quienes podían ser peligrosos para el “proceso de cambio”. El prefecto Rubén Costas era una de las cabezas que buscaban y la que anhelan hasta hoy, sin pruebas para someterlo.

Ahora resulta que el MAS se ha inventado otro golpe a raíz de su derrota electoral en el referendo constitucional del 21 de febrero pasado. Lo ha bautizado como golpe “mediático-político”. ¿De dónde ha salido ese nuevo golpe? ¿Cómo encuentran golpes donde no los hay? Pues tanto el Vice como el Ministro de la Presidencia dicen que esto sucedió cuando S.E. y el Vice perdieron en la consulta popular, cuando perdió el SÍ a la reelección. Afirman que se trató de una trama desestabilizadora que habrían alentado los medios de comunicación, convertidos en “carteles de la mentira”, y en mafias mediáticas que obedecerían al gobierno de EEUU y a los bolivianos exiliados allí. Nada más disparatado.

En estos dos golpes que inventa el MAS no se ha producido ni un solo fallecido por suerte. Ni en los desórdenes del 2008, ni el referéndum 21 de febrero pasado, hubo un solo atisbo de muerte. Y eso porque en ninguno de los dos casos se produjo golpe alguno. Los muertos fueron los del Hotel Las Américas, La Calancha y otros, que no eran producto de una insurgencia golpista y sí, más bien, de las fuerzas de seguridad del Estado.

Golpes eran los de antes, los que vivimos quienes ya estamos más viejos. Cuando el gobierno y la gente debían enfrentar a tropas que disparaban balas de verdad y no gases lacrimógenos; cuando las masas lanzaban piedras contra los tanques y trataban de detenerlos; cuando el ruido de los aviones causaba terror. Esos eran golpes en serio; cuando las muchedumbres salían a las calles a combatir por uno u otro bando; cuando se imponía el estado de sitio y se establecía una cadena nacional en los medios; cuando los acordes de la marcha Talacocha eran el preámbulo de anuncios que venían del Gran Cuartel de Miraflores sobre las medidas que tomaría la dictadura de turno.

Seguramente que cuando el MAS pierda en las elecciones del 2019 se van a inventar el golpe “electoral”, que es lo único que faltaría. Si los masistas pierden las elecciones del 2019 no van a tener consuelo y no van a querer dejar el poder de ninguna manera. Ellos seguirán buscando modos para acallar a los opositores y a la prensa. Siempre hablarán de conspiraciones, conjuras, complots, porque les resulta un negocio para “amarrar” lo que todavía les queda de sus bases entre los cocaleros y las bartolinas, ahora que ni siquiera los apoyan los mineros cooperativizados.

Los golpes ya pasaron en estos tiempos del Siglo XXI, sólo están en la mente asustadiza o escandalosa de nuestros actuales gobernantes.

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