Ignacio Vera Rada
El arte, gracias a mis maestros, corre por mi vena. La política, merced a mi ascendencia, es un deber en mí. Últimamente la segunda puede más que el primero en las ballestas de mi cuerpo y alma.
Habiendo empezado un librillo de cuentos y una colección de dibujos de técnica estilográfica, después de haber publicado risueño un volumen de poesías, el deber político ha ganado en mis impulsos intelectuales y de acción y mis cuartillas han quedado con líneas en suspenso, y mi tintero cargado de imágenes literarias ha quedado lleno y propenso o secarse, y mis dibujos angélicos reposan en bosquejos. ¿Por qué? En el comprometido el deber siempre podrá más que el arte. “La ética antes que la estética”, apuntaría el político y escritor Fernando Diez de Medina a este respecto. Conclusión: dejé por un momento en cesación mis sueños de artista para emprender la satisfactoria y a veces dolorosa tarea de servir al país. Quienes leen estas mis incipientes escrituras quizá creen que un muchacho imberbe no tiene autoridad ni experiencia suficientes para opinar – fundadamente- sobre los asuntos que hoy embargan al país.
Tal vez tienen razón. Mas yo puedo objetarles con un gran motivo: Bolivia necesita grandes voluntades y no tanto grandes experiencias, menos si éstas han de estar mezcladas con la provecta teorética política y ética de ayer. Nueva sangre piden las arterias de la Patria. Tal es el gran motivo.
Hace un año y medio, poco más, poco menos, cuando se celebraba en Bolivia la contienda electoral cuyo voto ciudadano definiría a los nuevos gobernadores, asambleístas departamentales, alcaldes y concejales, un joven de veinte abriles marchaba por las empinadas calles paceñas bajo el sol de oro haciendo campaña política en apoyo a una agrupación ciudadana formada para postular a un abogado a la Alcaldía. ¿Lo hacía por filiación partidista? ¿Lo hacía porque conjugaba con los postulados de la tal agrupación? (De hecho esa agrupación ciudadana es carente de un teorema político). No había tal. Lo hacía por combatir la hegemonía arrasadora del partido político oficialista, partido que ha dominado la política boliviana en la última década y que no ha dado espacio a la renovación de ideas, de liderazgos y que no ha dado sitio al reclamo popular, reclamo que era -en el discurso ese movimiento político antes de ser elegido- un derecho inalienable, más aún para las clases oprimidas que aseguraba defender a todo precio.
Han pasado algunos meses. El muchacho ha sido invitado a formar parte de una organización política juvenil, con el objeto de trabajar por el país. Los integrantes de ese grupo son jóvenes emprendedores, con grandes iniciativas y, sobre todo, con una gran voluntad. Se aproximaba una nueva elección, un plebiscito stricto sensu. Bolivia decidiría si se reformaba o no la Constitución para una nueva postulación del Presidente. Desde este grupo juvenil se hizo una intensa campaña de información y concienciación a la ciudadanía para que decida con su voto soberano. Foros, debates, conferencias, vigilias, discursos en las calles. El mozo ha tenido el placer y el honor excelso de poder dirigir su palabra a la juventud, ha tenido el privilegio de hablar con un altavoz y desde un atril a generaciones jóvenes de estudiantes que irán tomando parte en los asuntos públicos.
Y debuté en ese campo de batalla que se llama política con la candorosa fe de un joven anheloso de servir. Para mí es un deber humano.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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