El costo de la imprudencia en las vías

Desde el 29 de enero de 1886, fecha en la que Karl Benz patentara el primer vehículo en el mundo, éste se ha convertido en algo más que un sistema de transporte; es uno de los inventos más revolucionarios en la historia de la humanidad y el símbolo de un nuevo sistema y forma de vida que ha cambiado radicalmente la economía, la cultura, la libertad de movimientos, las relaciones humanas, el concepto de distancia y de tiempo y muchas otras dimensiones de la vida social.

Nuestro país no es la excepción, pues a diario el parque automotor se va incrementando periódicamente. Pero, lamentablemente, junto a sus dimensiones positivas, la masiva motorización ha traído también un conjunto de graves problemas, como ruido, contaminación, problemas de movilidad vehicular y peatonal, necesidad de infraestructuras, más fuentes de energía, falta de espacio en las ciudades, etc., aunque el reto más grave es, sin duda, la reducción del índice de hechos de tránsito que se producen año tras año.

Los hechos de tránsito se han convertido en una verdadera epidemia, cuya evolución ha sobrepasado todo tipo de previsiones.

Los bolivianos se están matando en las carreteras. Suena duro decirlo, pero es la verdad. Y no por cosas del azar o porque, como algunos suelen decir, “es que le tocaba”. La causa más importante es una sola: la imprudencia de conductores, motociclistas, ciclistas y peatones. La información recopilada por el Instituto Nacional de Estadísticas para la gestión 2015 indica que el 84 por ciento de los hechos de tránsito en las vías obedece al factor humano, siendo el 53,5 por ciento atribuible a la imprudencia.

Los más de 5.259 hechos de tránsito registrados en el municipio de la ciudad de La Paz durante la gestión 2015, han dejado como saldo 138 personas fallecidas y otras 1.600 personas lesionadas, con graves consecuencias para su salud y su productividad, además de los daños materiales y la afectación a las familias, que también se convierten en víctimas.

El análisis de estadísticas nos permite entender la gravedad de esta problemática vial, gravedad que se manifiesta como hemos visto en la pérdida de vidas humanas, la existencia de heridos de distinta índole, daños a los proyectos de vida de las personas e incluso de las familias. A estas consecuencias negativas se debe agregar que los hechos de tránsito también tienen un impacto económico de consideración, según estudios realizados por algunos Organismos encargados de la Seguridad Vial en América del Sur, se ha estimado que las colisiones de vehículos a motor tienen una repercusión económica del 1% al 3% en el PIB de cada país.

Todo este análisis nos conduce a una de las reflexiones más profundas que podemos realizar al hablar de seguridad vial y nos lleva a plantear las siguientes interrogantes: ¿Es justo que paguemos un precio tan alto por disfrutar de los beneficios que la aparición de los vehículos motorizados ha traído a nuestras vidas? Creo que la respuesta es unánime: ¡No es justo!, pero ¿cuál es la solución? La respuesta al unísono es: debemos ser prudentes a la hora de circular por las calles, avenidas y carreteras de nuestro país, asimismo debemos mejorar nuestra educación vial, promoviendo un aprendizaje permanente que se inicie en el hogar, se complemente en la escuela, continúe en los colegios hasta llegar a los primeros niveles de la educación universitaria para promover criterios técnicos y profesionales en materia de seguridad vial, con el propósito de que nuestras futuras generaciones formen parte de una sociedad educadora.

El autor es docente UNIPOL.

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