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No hay duda que las cooperativas mineras en la actualidad constituyen un dolor de cabeza para el Gobierno, luego que fueron aliadas importantes, en tanto tuvieron privilegios y se beneficiaron del contexto internacional, que fue favorable en materia de precios, dando lugar a un bienestar temporal a todos sus componentes, incluyendo a los trabajadores menos favorecidos que ahora aspiran a sindicalizarse, lo que desnaturalizaría la esencia de su organización básica o su razón de ser.
Lo que ocurre es que la conformación de esta estructura social y productiva pese a que ya tiene más de medio siglo de existencia, no tiene una fisonomía clara y definida, tampoco muestra una evolución y desarrollo que podría dar lugar a una solución favorable a nuestro actual estado de subdesarrollo y dependencia externa. En otras palabras, se trata de un sector que bajo el disfraz de cooperativa, explota a la mano de obra barata y usufructúa los recursos naturales a los que tiene acceso, sin mayor desarrollo y tecnología para competir, menos para valerse por sí solo en el mercado externo, para lo cual debe recurrir al apoyo estatal (de la sociedad) bajo la amenaza de su fuerza social, que como se ha visto no tiene límites incluso con la ley y los propios policías.
El Cooperativismo es un sistema social, económico, cultural y democrático, cuyo fin es el bienestar bajo los principios de cooperación y solidaridad de las personas, que se practica desde l844, iniciado por unos obreros ingleses en Rochdale en un almacén de consumo y difundido en todo el planeta en organizaciones de producción y servicios hasta nuestros días. Es decir, ha tenido una repercusión favorable desde el punto de vista estructural, motivo por el cual persiste en el tiempo en una sociedad donde priman las reglas mercado.
En la experiencia alemana, las cooperativas surgieron en 1847 por la iniciativa de Friedrich Wilhelm Raiffeisen, que creó la primera asociación de apoyo para la población rural necesitada para aliviar la gran miseria que reinaba en el campo. En el contexto de la “revolución industrial”, donde paralelamente al surgimiento de empresas privadas con mucho capital, hubo graves peligros para la artesanía y las pequeñas empresas con sus estructuras tradicionales, junto a los campesinos que dependían de los usureros, con peligro de perder su propia existencia económica.
Esta asociación, basada en el principio de la beneficencia, todavía no era una cooperativa, pero serviría de modelo para la futura actividad cooperativista. Al mismo tiempo, -aunque independientemente de Raiffeisen- Hermann Schulze se había dado cuenta que las limosnas no eran suficientes para ayudar a los artesanos en la miseria, por lo que se debían crear las condiciones necesarias para que la autoayuda se diera en el dominio económico de los afectados.
En consecuencia, la única manera de lograrlo era la reunión de unas pocas fuerzas económicas de la comunidad, con base en los principios de la autoayuda, autoadministración y autorresponsabilidad, creándose las primeras “asociaciones de materias primas” para carpinteros y zapateros, y en 1850, la primera “asociación de anticipo”, precursora de los Bancos Populares de nuestros días. De este modo hace más de 160 años, dos hombres desarrollaron en Alemania un modelo socioeconómico: el cooperativismo, que apuesta por la comunidad.
“Lo que uno no puede conseguir individualmente, lo consiguen muchos”. Bajo este lema más de 20 millones de personas están asociadas hoy a una cooperativa en Alemania. Así pueden desarrollar un negocio que no podrían financiar por sí mismos, o por ejemplo participar en la transición energética a través de las 900 cooperativas de generación de energía.
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