Los extremos a que se ha llegado en el país tan solo por rehuir un diálogo constructivo entre grupos antagonizados, ha cobrado ya muchas víctimas: han muerto tres mineros cooperativistas debido a enfrentamientos con los policías que muchas veces cometen excesos hasta despertar reacciones que no esperan y menos desean; tres mineros que sabían de sus derechos y necesidades y reclamaban lo que consideraban justo.
El jueves fue apresado como rehén el Viceministro de Régimen Interior que fue torturado y muerto a golpes, un funcionario que no hizo más que buscar condiciones para el diálogo y la concordia para encontrar soluciones a los problemas planteados. Una muerte que, especialmente por las condiciones en que se produjo, conmovió profundamente al país que, ya dolido por el caso de los tres mineros, estaba esperanzado en que las partes paren el brutal e inútil enfrentamiento que solo conduciría a desgracias.
Muertes causadas por cualquier de los lados en discordia, que privan a madres, esposas, hijos y familiares de sus seres queridos que tenían sentimientos y que, conjuntamente sus deudos de hoy, tenían convicción de que no es el odio el que construye, odio que es el instinto voraz que todo lo destruye y así, la inconsciencia humana, cuando da paso a sentimientos obnubilados, malsanos, contrarios a sentimientos de amor, dispone desde uno y otro lado, terminar con todo, así sea victimando a los contrarios.
Hay que lamentar que en este conflicto hubo intemperancia de ambos lados: por parte del gobierno, si bien con disposición varias veces anunciada para el diálogo, aunque bajo sus condiciones, para convenir remedios aunque con una posición que, inspirada por la soberbia y los odios, no da paso a soluciones que, de buena fe, serían fáciles de encontrar, remedios que en el fondo de los propios corazones, así sea momentáneamente, han sido cerrados para sentimientos nobles.
El odio que se despertó en los mineros y en cuyo seno han surgido extremistas que creyendo servir a la causa seguida por sus dirigentes, no han vacilado en tomar como rehén a un alto funcionario del gobierno, golpearlo, torturarlo hasta causarle la muerte y, luego, como forma de irrespeto, dejarlo tendido en pleno asfalto para luego darse a la fuga y conseguir que todos los huelguistas se dispersen temerosos de las posibles represalias de las autoridades. Este odio en los mineros, si bien han sido producto de intereses personales o de grupo, de algún modo ha sido iniciado o incentivado por los caprichos que infunden el odio, la soberbia y la petulancia que buscó no transigir, no dialogar sino es bajo las propias condiciones y cuidando solo los propios intereses.
Condenables los hechos extremos y no puede haber comprensión para ninguna de las partes que han removido sentimientos ajenos al amor, la concordia y la comprensión que deben existir entre todos, hijos de la misma patria que, esta vez como muchas anteriores, ha sufrido una nueva herida y afectó a toda la comunidad nacional porque las víctimas son hijos, padres, esposas que lloran la pérdida de sus seres queridos; en todo caso, todos ellos están apoyados por el dolor y hasta lágrimas de todo un pueblo que sufre por lo ocurrido y que ansía que las condiciones de libertad, concordia y entendimiento entre todos los bolivianos sean una realidad. Para nadie es justo ni conveniente lo ocurrido; al contrario, es motivo de pesar y dolor, es causa para buscar los mejores caminos para imponer la paz y la armonía.
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